lunes, 20 de octubre de 2014

Y siguen los mismos muertos

Primero cabe aclarar que este escrito nace del momento. Es decir, la tristeza y la bronca que nos genera saber que falleció un chico del barrio donde militamos hace siete años. Un barrio en el que aprendimos muchas cosas y conocimos muchísimas personas con las que compartirlas. Falleció un chico de 16 años, que acababa de tener un hijo. Un chico devenido padre, tan tempranamente, tan fuera de lugar y tiempo y a su vez, una pincelada de los barrios populares de Buenos Aires: padres adolescentes, hijos de padres adolescentes que no pueden elegir cuándo tener un hijo, que siguen teniendo un "destino" en el siglo XXI y que nada tiene que ver con acceder o no a un medio anticonceptivo; los padres adolescentes se hallan en medio de una matriz cultural que parece seguir recreándose. Falleció un chico por algo que en el inicio fue una infección en el oído pero que fue agravándose en parte por la falta de contención, en parte por la falta de recursos, en parte por todas esas faltas que suelen señalarse en este tipo de barrios y en las personas que viven en esos barrios. Personas con nombres, con hermanos y hermanas, con novios y novias. Hoy nos enteramos de la muerte de este adolescente. Y pensamos que no es tanto por qué murió en términos médicos; sino saber que Tai (así se llamaba) murió porque era un pibe pobre (y no un "pobre pibe") del conurbano bonaerense. Porque ese barrio que es un poco nuestro también no tiene las condiciones materiales mínimas ni un hospital cerca ni el trato que tenemos los que vivimos dentro de la esfera variopinta de la "clase media" (y ni menciono a las clases más pudientes). Puede ser que no todos los chicos acaben de igual manera, ni que la matriz cultural mencionada sea finalmente determinante. Pero sí es cierto que así como Tai, podemos pensar en otras historias de descuidos, de abandonos por todas partes y en todos los sentidos, podemos hablar de tristeza; en una palabra, podemos hablar de violencia. Y también mencioné la palabra "bronca" porque después de tantos años de militancia y finalmente pensando que estamos en 2014, hay todavía un pibe que se muere por ser de clase baja, por ser de la provincia, por no tener recursos, y todas esas carencias que odio enumerar (porque todos estos chicos también valen por lo positivo, y no sólo por ese "no"). Tai se murió porque no tuvo un dónde, ni un quién ni un cómo. Los medios, materiales y humanos, no estuvieron allí, ni nosotros como militantes pudimos llegar a ver ese problema o actuar en su defecto. La bronca además sobreviene por pensar que quizá no había un mejor "destino" o "futuro" (que es más abierto y no está escrito en piedra). Porque si salía de la meningitis, si salía del hospital para ir a su casa y que nadie pueda cuidarlo, si salía para a los 16 hacerse cargo de la vida de un niño (siéndolo él también), si salía del coma en el que estuvo con un retraso o paralítico, ¿qué vida le esperaba? Sé que no tenemos la bola de cristal, pero sí tenemos las experiencias de todos los pibes que conocemos y conocimos en este barrio. Y la ecuación no siempre se resuelve positivamente. Entonces cómo puede ser que la muerte sea una salida para un chico del conurbano, más que la propia vida. Para un pibe pobre o para cualquier persona que no tuvo demasiadas opciones, aunque las haya buscado. Uno busca siempre los procesos creativos incluso en el momento más oscuro o en la visión menos determinista de los fenómenos sociales. Pero Tai es parte de un fenómeno social que nos lleva, sobre todo a pocas horas de conocer la noticia, a tratar de entender esta tristeza y esta bronca como un sufrimiento social que no le pasa sólo a una familia, en una casa, en una calle. Le ha pasado al barrio, a toda esa banda de chicos que viven allí y a todos los que militamos. Y como este barrio y esta agrupación y estos adolescentes hay miles, millones, no sólo aquí, en todas partes. Ese sufrimiento es social, nace en las clases populares y se orquesta desde esferas que no imaginamos desde hace años, como parte de un consciente-inconsciente colectivo. Le pongo un nombre porque lo conocí; hablo en general porque no es el único. Quizá sea un poco duro este escrito, pero es más bien una catársis que me surge como militante territorial que repiensa la relación niñez-territorio. Un niño en Glew, en un barrio en Villa Amancay. Un chico que tuvo un hijo cuando debería estar divirtiéndose con sus amigos en una escuela. Una persona que no pudo elegir. Esta bronca tiene que seguir organizándose, escribiéndose, pensándose. ¿Dónde están esos muertos? ¿De dónde son y por qué mueren? ¿Cómo llegaron a donde llegaron? ¿Con quién (sin quién)? Pero lo más importante, ¿qué nos dejan? Y así hay que quedarse pensando. En estos mismos muertos de siempre que además son siempre distintos (nombres, lugares, edades, amigos, sentimientos, cuadros de fútbol). Hay que quedarse pensando en aquello que nos dejan. Porque con eso mismo tenemos que seguir trabajando. 

miércoles, 6 de agosto de 2014

Cuando digo tu nombre

Una pregunta que siempre nos acompaña como militantes es qué es la niñez, su cuidado, su respeto, la importancia de entender qué es ser niño, hoy, aquí, ahora. Pero no es algo que sólo ataña a los militantes del hoy-en-día. Y esto viene a colación porque como colectivo político que se adscribe en la lucha que repiensa la niñez y el territorio, no podemos dejar pasar la noticia del día, de la semana, del año, de los 37 años. Guido. El nieto de Estela de Carlotto, el hijo de Laura y Chiquito, torturados y asesinados a la misma edad de muchos de los que hoy militamos en Los Pibes del Ombú, recupera hoy y para siempre su identidad. Qué importante es la militancia política para ese concepto básico, que nos acompaña desde pequeños y que es, nada más y nada menos, saber quiénes somos, quiénes son nuestros padres, de dónde venimos y por qué estamos donde estamos. No hay manera de ser sin identidad, no al menos verdaderamente. La identidad se construye, no es algo monolítico, pero ese proceso es aún más complejo si media un intento (logrado pero no del todo) de robar y ultrajar esa identidad. 
El merendero, de otra manera (porque la poética de la política cambia mucho y todo el tiempo), también busca trabajar con las identidades. De los chicos, de los adultos; de los que viven en el barrio y los que llegamos de otros lugares; de los que tenemos una meta política consciente y la seguimos forjando semana a semana. La identidad es el vínculo amoroso con esa familia, con esa historia, con el lugar donde crecemos, con los lugares a los que nos arrastran, con el robo del nombre. El nombre. Guido a los 36 años sabe que es Guido, que pudo haber sido Guido antes, pero llega ahora. Aunque en realidad él siempre lo fue, porque hay cosas que llegan, que están con nosotros desde que estamos en la panza, desde esa Laura que sabía lo que significaba a los 23 años defender un proyecto de vida. 
El Colectivo Los Pibes del Ombú celebra la justicia, celebra la sensación de liberación y libertad que otorga la verdad, que construye la verdad recuperada aunque muchos no quieran ni hayan querido. Siempre están los que re-escriben la historia. Estela es hoy símbolo de lucha política en democracia. Es símbolo de todos esos nietos recuperados con una lucha perseverante, ardua, para nada violenta, tampoco armónica. Estela es un poco lo que Laura le enseñó, siendo así ambas maestras. La Abuela de Guido lleva su nombre en mayúscula. Guido que fue un niño ultrajado, robado, secuestrado, borrado. Qué es ser un niño, qué fue ser un niño. En qué contextos. Un barrio en la provincia de Buenos Aires donde no hay agua corriente ni vacante en la escuela alberga a un niño que  sigue siendo sometido a la violencia. La violencia que ultraja, roba. deshereda, lastima, hiere, mutila. Pero aquí se sigue caminando para que el niño sea niño y que juegue a la pelota y que se abrace a sus amigos y que sepa darle la mano al que tiene al lado y que sepa defenderse de los que no lo respetan. Guido tampoco hizo eso, porque antes fue Ignacio. Porque desde la quinta hora después de haber nacido y ser separado de Laura, le mintieron. Y la mentira es violencia. 
Qué es ser un niño. 37 años después Guido recupera su primer nombre, cuando era un bebé y una esperanza de una pareja comprometida con la realidad social de su país. El no pudo ser un niño como nosotros lo entendemos. Porque más allá de que debe haberse reído y debe haber estudiado y debe haber tenido una novia o un novio y debe haberse peleado con sus amigos así como debe haber salido al cine con ellos, Guido no pudo ser un niño. Porque nosotros entendemos que los chicos tienen derechos, son personas de derecho. Y no hay un derecho más elemental, más primero, más fundante que la identidad. 
El Colectivo Los Pibes del Ombú abraza a Estela, porque todos somos militantes. Y sobre todo respira justicia, después de tanto tiempo, para reivindicar que un niño es su identidad, que la patria es la infancia y que si Guido no pudo tener nada de eso, los chicos del Merendero aspirarán a no dejar que nadie se la arrebate. Porque esa es nuestra lucha en este territorio. Así como la de Estela, que busca la verdad que libera. La militancia tiene que ser liberadora como la verdad, porque en ese punto reside la fuerza de la transformación. Y esa transformación es todo, como Estela de Carlotto, su hija Laura y su nieto Guido. 


domingo, 29 de junio de 2014

Solo ya no quiero navegar

Los equipos se construyen, se hacen. Primero nos conocemos, nos miramos un poco, nos escuchamos. Hay peleas, hay competencia. Primero hay un poco más de "yo" quizá y un poco menos de "nosotros". Ese pasaje, tan dificultoso, de poder estar-con-el-otro no tiene una sola forma, no tiene un solo proceso. Se empieza por algo simple, se empieza reconociéndose, recordándose, repitiendo una formación o un grupo de trabajo. Parece forzado, al principio sobre todo, pero luego se empieza uno a acostumbrar a que tal o cual le dé una mano, le ponga un hombro, lo trate bien, lo invite a compartir algo.Nace el afecto, la compañía deseada y hasta el extrañamiento cuando alguno no viene o falta. Esa construcción, con múltiples posibilidades y a veces incierto final, es la que prima siempre como objetivo del merendero. ¿Por qué retomar hoy este tema? Pues bien, el puntapié puede parecer desde banal hasta controvertido: el Mundial Brasil 2014. Pero ¿no es acaso el fútbol un juego colectivo? ¿El deporte en equipo por excelencia que elegimos muchos argentinos? En el barrio hay pelota, hay canchita, hay equipos desparejos o de ocasión, hay gambeta. Nos falta quizá pensarlo de manera más orgánica o integral, pero el fútbol siempre estuvo: antes de que llegáramos a militar a Villa Amancay, y mucho después de que nosotros ya nos hayamos ido. En esta recuperación de "leer el mundo" que propone Freire, el fútbol jamás podrá quedarse por fuera. Es parte de nuestro universo de referencia y con él podemos hacer algo. Por más de que jamás neguemos que hay algo de infierno en el Mundial: no todo es cielo. Sin embargo, de ese mega mundo que es la organización de un mundial en un país latinoamericano, nosotros nos quedamos con el juego colectivo en este escrito. Será otra la oportunidad (como lo es en el barrio) en la que se problematice ese otro eje posible, es decir, el lado oscuro de las competencias de alto vuelo, que ponen en juego relaciones de poder mezcladas con pasiones callejeras.



El fútbol, como todo deporte en equipo, requiere eso mismo: UN EQUIPO. No un grupo de jugadores sino un verdadero colectivo. Ese momento en el que modificar un término del sistema cambia todo el conjunto. ¿Cómo se construye esa constelación en un grupo de chicos, de variada edad y competencia deportiva? Lo importante es entender, sentir que si el otro no prospera, yo tampoco puedo hacerlo. Que no puedo soltarle la mano en un juego de enredados a mi compañero, por ejemplo, porque en ese momento mismo también me estoy soltando la mano a mí mismo. Es importante saber que no puedo hacer una pirámide humana en solitario y que sin coordinación no se puede atravesar a tientas un campo de minas, por hacer algunas referencias a los juegos de equipo que ayer se implementaron en el Merendero. También es cierto que la prédica eficiente  no es solamente una charla: es el ejemplo. De alguna manera, aprendimos los militantes a ser compañeros, con falencias (porque siempre hay algo para mejorar) pero sin soltarnos ni siquiera cuando los nudos parecían imposibles de desatar. Y muchas veces, un elemento fundamental para aprender es la falla. Al principio el equipo puede no funcionar y uno tiene dos posibilidades: dejarlo pasar o charlarlo, apuntalarlo y pensar por qué no se cumplió el objetivo. Esa construcción, que sirve tanto para un grupo de chicos en un merendero del conurbano bonaerense como para el seleccionado argentino de fútbol, es la que a través del deporte queremos lograr. Ese poema que según el escritor uruguayo Eduardo Galeano es el más corto de la literatura  universal, "Me, We", de Muhammad Alí, es lo que pone en evidencia o sintetiza todos nuestros esmeros. Llevará tiempo, frustración, cansancio. Tomará muchos sábados y esfuerzo y energía. Pero ese momento en el que confío en el que tengo al lado, me subo  a su espalda y formo la pirámide humana, vale todas esas sillas en el camino. El festejo colectivo también lo demuestra, las ganas de salir de la cancha abrazando al otro jugador también lo evidencia. La victoria se comparte porque el juego es colectivo. Y en ese mar nos hemos embarcado, queriendo a fin de mes comenzar a armar el equipo de fútbol del Merendero, que llegará hasta donde podamos llevarnos. Mientras tanto pensamos en esa frase "hay equipo" y la cambiamos por "equipo en construcción". Porque como dice el poeta Benedetti, amar sin nadie es muy triste. Pero amar con alguien genera la proclama opuesta: "¡vaya cosa buena!". Y así nos sentimos los que ayer continuamos el taller mundialista y arrancamos con los primeros juegos en equipo que orientaran la actividad por un tiempo. Para que podamos decir finalmente que en esta lucha y en esta militancia y en este proyecto pedagógico y político que llevamos adelante, codo a codo, somos mucho más que dos.



lunes, 5 de mayo de 2014

Genero y aborto - El caso de la niña de 13 años.



La esfera política partidaria ya no puede eludir en sus debates y plataformas las actuales legislaciones referidas al abortos, que según las normativas vigentes deben ser practicados en todos los centros de salud (ya sean estos públicos o privados) de manera gratuita, si corre riesgo la salud o la vida de la mujer embarazada que lo solicita, o si el embarazo es producto de una violación.
En este clima y dado los últimos hechos que salieron a la luz esta semana debido a un ejemplo (entre tantos otros) visibilizado por los medios de comunicación me parece importante traer a debate estos hechos a nuestro espacio. Nos encontramos en un punto donde los debates y discusiones que refieren a la violencia de género forman parte de nuestro grupo, teniendo en cuenta la realidad del barrio y la posibilidad de realizar un taller que abra las puertas a tratar y discutir dichas problemáticas.
En cuanto a los debates instaurados se habla de despenalización o legalización del mismo.
Despenalización significa quitarle la pena a lo que actualmente está penalizado y contemplado como delito en el Código Penal. Más allá de los casos ya nombrados cualquier aborto realizado fuera de este marco lo castiga. Su despenalización igualmente no determinaría su acceso gratuito y seguro.
Legalización significa diseñar políticas públicas de manera que se realicen en espacios públicos, de manera gratuita y segura.
No me cabe la menor duda que las mujeres tienen el derecho individual a decidir de acuerdo con sus valores y/o creencias sobre la totalidad de sus cuerpos y sus vidas como parte de sus derechos, pero nos encontramos con el debate de lo que consideramos la totalidad de sus cuerpos.
Si bien en mi caso particular no estoy de acuerdo con que una mujer realice un aborto tras quedar embaraza mediante una relación consentida sin el aval de quien fuese el padre del niño/a existen diferentes situaciones que me hacen pensar y repensar las prácticas abortivas defendidas y promulgadas por distintos colectivos, organizaciones y asociaciones feministas que reclaman por el aborto legal y seguro. Existen algunos puntos (muchos) en los cuales prefiero ponerme a su lado y con orgullo.
Particularmente rechazo el argumento más comúnmente utilizado para defender dichas prácticas, “con mi cuerpo hago lo que quiero” en post de “la autonomía y la libertad de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos”.  No desconozco y entiendo las ideas detrás de los argumentos válidos pero también me gusta debatirlas y pensarlas. No desconozco tampoco que sin el cuerpo de la mujer (para no decir madre) el niño (para no decir hijo) no vivirá (no uso la palabra vive). De este modo no puedo evitar pensar ¿eso lo hace un solo cuerpo?
De la misma manera también soy consciente que desconozco cuales podrían ser los pasos a seguir en caso de que el hombre quisiese hacerse cargo del niño por nacer y la madre no pretenda continuar con el embarazo. Desconozco porque allí entra en juego las dificultades psicológicas por las cuales debe pasar la mujer de soportar un embarazo no deseado. 
Uno de los puntos más importantes pero más complicados que me gustaría tener en cuenta es la capacidad de una mujer de ser consciente de su propia capacidad reproductiva y lo que esta conlleva. Una capacidad directamente relacionada con su educación en general y sexual en particular. Una capacidad directamente relacionada con la conciencia que ellas tienen sobre sus cuerpos y a la violencia a la que las mismas son sometidas. ¿Cómo se pueden legislar esas diferencias en cuanto al aborto?
Si no se pueden legislar las diferencias ¿prohibimos o legalizamos en su totalidad y sin discriminación alguna? Estando en total y absoluto desacuerdo con la legalización, creo que si no podemos diferenciar pues debemos legalizar.  Considero que las mujeres más afectadas son aquellas de bajos recursos (con menos educación y que son sometidas a mayor violencia) ya que para los abortos los realizan en talleres clandestinos de poca seguridad.
La realidad cotidiana de las mujeres en el barrio entra dentro de estos parámetros, muchas de ellas afectadas por violencia de género y las adolescentes sin educación sexual alguna desde la esfera pública o privada de la casa.
A mi entender quién es una joven adolecente no llega a ser totalmente consiente de sus actos ya que aún la educación está siendo forjada. ¿Dónde ponemos este límite? Nuevamente ¿Cómo se pueden legislar esas diferencias? ¿Los padres deben ser informados de la situación o simplemente el aparato legal debe funcionar sin ellos? Todas cuestiones que creo deben ser debatidas.
¿Cómo actuaríamos en caso de que algunas de las adolescentes del barrio quedasen embarazadas fruto de una relación consentida? Más allá de nuestro pensamiento particular ¿Cómo actuaríamos de manera colectiva? Niñas y adolescentes que viven el día a día sin la educación sexual necesaria para ser capases de cuidarse de la mejor manera. Enseñanza que sin duda alguna creo que le corresponde al estado proporcionarla pero de la cual carecen infinitamente. ¿Cuáles pueden ser nuestras actividades para suplir dicha falencia? ¿Tenemos las herramientas necesarias para afrontar dichas actividades? ¿Contrariamos dentro del barrio con el apoyo necesario para realizarlas?
Acercado un poco mi pensamiento, quiero describir y escribir un caso particular.
En caso de violación no tengo dudas que más allá de las semanas de gestación el aborto o parto prematuro debe ser llevado a cabo.
No desconozco los argumentos en donde la vida de la víctima corre peligro ¿será verdadero esto o maniobra mediática y legal? ¿Pero ya no lo hace acaso su vida de tan solo tener que llevar consigo el producto de la violación?
QUIERO OPONERME DE MANERA CATEGORICA el rechazo del hospital Moreno (abalado por el Ministerio de Salud bonaerense) a realizarle un aborto no punible a la de hija de Susana Leguizamón de tan solo 13 años, violada por su padrastro.
Rechazada por no ser considerado aborto teniendo en cuenta las semanas de gestación esta niña debía continuar con su embarazo. La ley es clara, no es punible el aborto producto de violación. Pero no tenemos en cuenta que el tiempo necesario para poder llevar a cabo la aceptación de lo sucedido, la denuncia y luego la solicitud de aborto puede llevar más tiempo que lo que la ley determina.
En el día de la fecha y gracias a las gestiones de organizaciones y asociaciones feministas que reclaman por el aborto legal y seguro la niña pudo realizarse la interrupcion de su embarazo. Recuerdo indiscutido de lo que otro ser humano, uno despreciable en todo su sentido, le hizo a tan temprana edad.
 A partir de este hecho se le abre una puerta más, una posibilidad de poder convivir con los hechos y sus recuerdos. Porque la vida de esta niña, su futura actividad sexual y confianza hacia otros hombres muy posiblemente se verá marcada  por un hecho que no eligió ni jamás elegiría. Celebro porque no debe continuar con un embarazo que no eligió ni jamás elegiría fruto de una relación que, nuevamente, no eligió ni jamás elegiría.
Celebro que como nosotros existan otros tantos militantes. Celebro que existan algunos capases de luchar por estos temas, capases de ponerlos en la agenda pública, aunque sea por tan solo unos días. Puedo no estar de acuerdo en cada uno de sus puntos, pero sin duda alguna creo que le hacen bien a una sociedad que aun veo lejos de ser capaz de debatir tales temas.
Y pienso que nosotros desde el merendero seremos capases de poder debatir y llevar a colación un tema que agrupa cuestiones de género y sexualidad! Tantos con los chicos y con las chicas como con los adultos que conforman no solo nuestro espacio sino también el barrio en el que estamos incluidos. En este punto recordando el futuro taller de género que se quiere gestionar…

Mundos inteligibles

Hace un mes, uno de nuestros compañeros reflexionaba sobre la educación, a la luz de su experiencia docente personal y el contexto en el cual se desempeña esa actividad. A su vez, entendemos que el proceso educativo no se reduce al aula: el aprendizaje o los aprendizajes se dan en múltiples escenarios y con variados actores. Por eso hoy, retomando una y otra vez la reflexión en torno a los modelos de educación que tenemos y queremos, volvemos a pensar uno de los múltiples aspectos que hacen a la pregunta por la educación y sus subsistemas. Hace dos sábados que empezó en el Merendero el taller de alfabetización para chicos de entre 4  y 6 años. Proponemos ahora, y en caliente, empezar a darle una vuelta de tuerca en este espacio virtual en particular a la actividad que nos convoca a algunos de nosotros en este momento del proyecto. 

Aprender a leer es un proceso complejo para cualquier persona. Enseñar a leer presenta esos mismos desafíos. Si hay algo que, al menos a nivel personal, le puedo atribuir a ese momento de enseñanza y aprendizaje conjuntos es el proceso de desnaturalización que implica ponerse en el lugar del otro, en este caso esos chicos que se empiezan a familiarizar de a poco con el mundo de la palabra escrita. Leer va más allá por supuesto de una oración en un libro: leer es volver el mundo inteligible, y en ese mundo muchas cosas se plasman en otros espacios que no son los libros. No partimos jamás de cero, y no todos llevamos luego el mismo ritmo. Estos sábados que pasaron nos demostraron lo difícil que resulta una tarea pedagógica tal como empezar a jugar con las palabras escritas, comprender la diferencia entre una letra y una palabra e incluso asociar esas letras en sílabas que al cambiar de lugar pueden dar paso a nuevas expresiones. Ponerse en el lugar de los chicos fue establecer un vínculo profundo de conocimiento e intimidad pero también fue darnos cuenta de que sólo a partir de haber establecido en todos estos años el vínculo que existe hoy es que puede ser efectiva y llegar a algún puerto nuestra propuesta de trabajo. Teniendo en cuenta, claro esta´, que además no somos alfabetizadores capacitados o maestros específicamente dedicados a este área. Es más, son los chicos, como en toda actividad docente, los que nos van marcando los caminos y construyen con nosotros el espacio en el cual se lleva adelante la tarea, teniendo ya nosotros una identidad propia: el mismo equipo que en el verano estuvo en el taller de literatura infantil. Aprender a leer no se da en cualquier contexto: aprendemos en una biblioteca, llena de libros que fuimos recogiendo de distintos sitios, armando de a poco, arreglando con paciencia. Aprendemos con personas que conocemos desde hace tiempo y con las que existe un afecto, lazo primordial que es la base de nuestro trabajo. Aprendemos con palabras que dicen algo de lo que hacemos o somos: un nombre (nuestro nombre), la palabra de un personaje en un cuento, la palabra en una anécdota cotidiana, o cualquier palabra de esas generadoras de las que hablaba Paulo Freire. Ese aprendizaje contextualizado no sólo rescata lo positivo que se construyó en estos años sino que comprende y analiza las cuestiones por las cuales llevamos a cabo nuestra tarea militante: el estado de los chicos, en este caso, en un barrio en un partido de la provincia de Buenos Aires. Muchos de ellos no tienen un espacio personal en sus casas, no tienen un libro o no tienen la atención de sus padres. Trabajamos en condiciones que a veces distan mucho de ser óptimas y en condiciones en las cuales los derechos de los chicos se ven invisibilizados por una mirada adulta que invisibiliza. Nuestra tarea no es sólo ayudar o dar la leche: nosotros tenemos una proclama política, como se ha dicho ya, que rescata a los niños como actores que sienten, toman decisiones, piensan, observan y hablan. Los chicos tienen discursos y esos discursos llegan a distintos lugares dependiendo de esos contextos más particulares y más generales también. No es lo mismo llevar a cabo una tarea como la de alfabetizar cuando en una familia se estimula a los chicos a acercarse a un libro, a valorar la ida a la escuela o a disfrutar el relato de un cuento. Eso no quiere decir que la tarea sea peor que en otros lugares y condiciones sociales, pero sin duda cada espacio requiere un aproximación distinta. El merendero, sin dejar de pertenecer jamás al barrio al que pertenece (el cual lo dota de sentido en tanto tal), también tiene una identidad que resalta, y que lucha muchas veces con ciertas modalidades propias del lugar en el que se emplaza. La educación en este contexto, fuera de la escuela pero sin poder jamás separarse de aquélla, también es parte de un debate que aborda elementos centrales del ser de nuestra sociedad. No es sólo la lucha docente en el plano de la lucha que se explicitó en el otro artículo: es la lucha docente que se inserta en contextos que pueden llamarse adversos. Aunque en todos ellos, como diría el poeta Edgar Bayley, haya una infinita riqueza abandonada. Este modelo de educación, que comparte muchas aristas con la educación formal dado que es también parte de nuestra formación, es el que tiene lugar en el merendero pero no como algo acabado sino que está en constante reformulación. 



Esta reflexión de domingo por la noche sólo quiere dejar plasmadas ciertas realidades que se nos presentan a los ojos cuando emprendemos la tarea enorme de aprender a leer con los chicos y de que ellos aprendan a leer con nosotros. Acercarse a la riqueza de la palabra en una poesía o en un pizarrón; al orgullo de poder escribir por primera vez el propio nombre en la propia lengua. Acercarse a un mundo que tiene mucho de imaginario y que requiere capacidad imaginativa, algo que a los chicos del merendero les sobra. Pero también es cierto que toda esa riqueza creativa necesita organizarse para llegar más lejos de lo que podría llegar, para abrir más puertas de las que ya hay abiertas, para poder encausar esa energía que tienen todos los chicos, que vuelven sábado a sábado al merendero, porque al igual que nosotros encontraron un lugar de pertenencia, que tal vez no tengan en otros ámbitos cotidianos. Leyendo ponemos en ciertas palabras el mundo del merendero. Palabras que tienen que ver con la alegría y el afecto pero también con el pensamiento crítico y el trabajo colectivo. Las palabras que nacen y crecen en la poesía del merendero tienen el color y la firma de todos los chicos y de los militantes que construyen ese espacio desde hace años, más allá de toda mirada invisibilizadora. Leer abre los ojos. Eso creemos. Y por eso nuestro proyecto pedagógico que va tomando forma cada vez más hoy emprende esta tarea, que levanta banderas tradicionalmente levantadas por todos los docentes que eligen como vocación y convicción trabajar con los chicos de todas las latitudes y con todas sus palabras-mundo, tan variadas como ricas. Infinitas palabras. 

viernes, 4 de abril de 2014

Educación pública



El inicio del ciclo lectivo en la provincia de Buenos Aires se extendió más allá de lo que cualquier docente, estudiante, político, comunicador, madre o padre quisiese.
La base del reclamo se sobre entiende y discute. No me queda la menor duda que un gran porcentaje de los docentes que se adhirieron al paro lo hicieron no por convicción sino por enojo, rabia, indignación. Por un peso más que justifique la labor que realizan día a día y les permitiese llegar más cómodamente a fin de mes.
También en parte me enoja. Los docentes son parte de la clase media de BsAs y en su mayoría no luchan por el salario ni los derechos de quien más lo necesitan.
No me cabe la menor duda que gran parte de la problemática yace en la forma de destinar la plata del estado. Porque hay un estado que no invierte lo suficiente en educación. ¿Pero estamos todos de acuerdo de donde se deben tomar esos recursos que deben ser destinados a las escuelas?
Me enojan muchos de los discursos planteados dentro de los colegios. Muchos de estos discursos planteados desde la comodidad de su hogar, con un plato de comida asegurado.
El planteo reiterado de muchos docentes parece ser instaurado. Se enojan y discuten cualquier plan social que les permita a una familia de clase baja llevar un plato de comida o una cama a sus niños. Plantean que esos planes y muchos otros son los culpables de que el estado no invierta en educación. Que no se les pague como corresponde.
Yo creo que el problema se debe plantear desde otro lado, con otra perspectiva. Por ello elijo y decido enfocarme en aquellos docentes que si luchan por algo más, aquellos docentes que me inspiran a seguir creyendo y luchando por la educación pública. Aquellos sectores de la sociedad que ponen el grito en el cielo por la educación.
También quiero pensar en los pibes que nada tienen que ver. Muchos de ellos ni siquiera comprenden los reclamos. A muchos de ellos ni siquiera les interesa.
No pretendo ni creo que un niño o un adolecente tengan porque interesarse en dichos temas, aun cuando son los afectados. Porque ser niño en parte es tener esa libertad. Esa despreocupación.
La mayoría de los adolescentes del barrio que concurren al espacio lamentablemente no van a la escuela. La mayoría de los niños, afortunadamente, sí.
Quienes no van si se ven afectados por los reclamos. Porque las problemáticas sociales y educativas que los alejan de la escuela no son puestas en tela de juicio. Tan solo un pequeño grupo de docentes, padres, madres y militantes que no son visibilizados masivamente luchan por los derechos de este gran grupo.
Quienes van al colegio se ven afectados por la pérdida de días de clases. Pero lo importante a mi entender es que aquí se pone en discusión si las luchas docentes se dan en post de la educación. Si los días de clases fuera de la escuela no se pierden, se ganan.
Porque se ganan si existe un cambio profundo en cómo y dónde damos clases.
Lo que también creo es que sin el apoyo de gran parte de la sociedad cualquier lucha docente quedara truncada, repetiremos y creeremos que el salario es lo único importante. Pasaran reclamos, pudiendo ser estos transformadores o pasajeros.
Si tan solo pensamos a la escuela como un depósito, donde lo importante no es la calidad educativa sino el refugio que esta otorga no existirá cambio alguno. Cuando las desigualdades sociales se agudizan los colegios otorgan un espacio de contención valido.
 Lo extraño(o no tanto) aquí es que quienes levantan las banderas contra los reclamos docentes y determinan ese rol poco educativo al colegio no son quienes tienen las necesidades de contención. Porque quienes tienen dichas necesidades son aquellos cuyas voces no son escuchadas y mucho menos difundidas.
Ningún pibe sale a afanar porque quiere. Si sale a afanar es porque carece de un sin fin de elementos. Un pibe que no va al colegio va a perder una ayuda, un espacio primordial. Un espacio donde alguien lo puede ayudar y donde puede ayudar. Ningún pibe deja de ir al colegio si existen adultos que los acompañen. Ningún adulto deja de acompañar a un niño si el conjunto de la sociedad la acompaña a él.
No podemos permitir bajo ningún punto de vista que la educación pública se vea deteriorada, que los docentes deban luchar por un salario. Tampoco que se de clase en una edificio sin luz, gas, agua o paredes agrietadas y ventanas rajadas. Tampoco que un docente no prepare su clase ni le importen sus alumnos.
Ser docentes es una decisión. Identificar a la educación pública como el primer frente de lucha ante las desigualdades una idea. Por eso para mí luchar por ella es una obligación.
No podemos permitir que quienes inciden en la opinión pública deformen o escondan los problemas que tienen nuestro gran sistema escolar. Entre ellos parte del nefasto sindicalismo docente que en busca de poder político manipula una lucha docente y la finaliza con una derrota para el pueblo. Aunque es un pueblo que en su mayoría no se irguió para pelear por aquellos que creo debemos pelear ¿pero cómo lo va a hacer?
Espero estar equivocado, pero pienso que una gran parte de nuestra sociedad no piensa sino lo que los medios de comunicación les deja pensar. No piensa ni analiza más allá de la información que está a su alcance, información acercada por dichos medios masivos de comunicación. ¿Pero cómo puede ser de otra manera?
 La realidad se modifica si y solo si somos capaces de analizar la misma desde nuestras ideas, nuestros objetivos, nuestros valores. Con educación. Una educación que los mismos medios y poderes manipulan. Sin lucha no hay educación, sin educación no hay quien luche.
A mi entender las problemáticas educativas de la provincia de buenos aires son más profundas de los que se discute.
¿Cómo se puede pretender un docente de calidad si trabaja 3 turnos? O si trabaja dos turnos enteros teniendo el derecho a irse a su casa y olvidarse del trabajo. Como merecemos todos los trabajadores.
Si en lugar de preparar las clases, renovar los ejercicios y establecer dinámicas de trabajo según las necesidades de cada grupo, tan solo se dictan los mismos temas y de la misma manera. Muchas veces porque no hay tiempo para otra cosa.
Un cambio de curso no solo no representa un cambio en la dinámica de clase sino que por el contrario no representa cambio alguno.
¿Cómo pretendemos una educación de calidad si no existe un espacio valido de intercambio de idea? No podemos decir que las jornadas de reflexión representan dichos espacios cuando tan solo representan una bajada de línea de las secretarias hacia los colegio. Si el debate de la presentación de un proyecto no depende de los docentes sino de las instituciones.
Falta de edificios o edificios sin la calidad y seguridad que se requiere para dar clases. Edificios sin luz, o con cables pelados al alcance de todos. Edificios sin ventanas. Edificios sin las condiciones sanitarias para dar una educación popular de calidad. Viandas pésimas o sin vianda alguna para quienes más la necesitan. Falta de pago de las becas de los pibes o sin beca alguna.
Colegio sin docentes, culpa del uso de un sistema precario de elección de titulares, interinos y suplentes.
Ningún pibe puede modificar su realidad si la realidad social que sustenta sus miserias no es puesta en tela de juicio. Ningún pibe del barrio (ni de ningún otro) debería quedarse sin educación, sin un día de clase.
Pero a veces, y solo a veces, perder unos días de clases no es perder educación. Luchar por los derechos de los trabajadores es enseñar. Luchar por colegios dignos es enseñar.
También creo que existió manipulación política para difamar a uno u otro dirigente. Pero aun así siempre voy a estar a favor de una huelga por la conquista de los derechos perdidos o nunca obtenidos. Porque en una de esas luchas no existirán medios, políticos ni grupos sindicales mentirosos y manipuladores capaces de detener una lucha aún mayor.
Las únicas huelgas con la que no estaré de acuerdo serán  aquellas donde crea que los reclamos pisotean los derechos fundamentales(al menos lo que yo creo que lo son)… y tristemente creo que de esas hubo y seguirá habiendo..
  






martes, 1 de abril de 2014

Pasos de gigantes

Hasta hace unos años, el merendero Los Pibes del Ombú realizaba una tarea aparentemente aislada y de apoyo escolar o recreativo con chicos de un barrio específico del conurbano. Éramos pocos a su vez los que íbamos a trabajar y aún muy jóvenes, recién empezando con todo en general: carreras, trabajos, experiencias políticas. Sin embargo, en el último tiempo (poco más de un año, quizá dos), los debates se ampliaron y también los horizontes, en todos los sentidos: creció el equipo, con gente de diversa trayectoria después de mucho tiempo de un plantel endogámico; crecimos en edad todos los que asistíamos, habiendo avanzado en nuestros estudios y habiendo crecido profesionalmente en muchos casos; crecieron los chicos del barrio Amancay, con los que hoy nos relacionamos de otra manera; crecieron no tanto las metas sino el trabajo para conseguir ciertas metas y la organización para que las mismas no sean una utopía sino algo alcanzable; nos relacionamos con otros espacios locales, muy lentamente, para entender que somos parte de algo mucho más grande que el Merendero de la calle San Martín. A donde se llegó casi por casualidad (aunque tampoco tan así), ahora hay planificación, consciencia, trabajo colectivo que ya dio frutos y una incipiente entrada a la red militante de la zona. Poder hablar con esos otros colectivos locales nos permite ver que la historia se repite: escuchar a la referente de un espacio contar cosas que vivimos sin siquiera habernos cruzado por la calle nos da a entender que nosotros somos parte de la Historia con nuestras historias, que son las de los militantes y las de los pibes que vivien en el barrio. Y entonces se comprende que no es que la historia "se repita": nos damos cuenta de que somos una expresión singular de un fenómeno general. Porque caminando las calles que rodean otros merenderos cercanos podemos darnos cuenta de lo parecido que son esos barrios, esos chicos (algunos más descuidados que otros), esos padres ausentes, los pocos vecinos que hacen la leche, el esfuerzo por conseguir una cocina o una garrafa y la frustración de alguna que otra entradera que acaba con el robo del equipo, esas tazas de plástico de colores y la bendita chocolatada nuestra de cada sábado, esos sábados mismos. Encontrar que la historia de uno es la historia de tantos otros chicos, que probablemente tengan sus experiencias particulares, pero que sin embargo se inscriben con nosotros en un escenario y un tiempo que marca su propio andar político. No hay una sola manera de definir la política, pero no nos digan que no es curioso que gente de diferentes lugares caiga en un mismo sitio y comparta las mismas experiencias o al menos experiencias similares. Ver tu propio camino en el camino de un extraño te hace entender que ni tu camino es único ni que ese extraño lo sea tanto. Sentirse parte de esa realidad nos lleva a ampliar no sólo el objetivo del trabajo sino incluso el gesto más chiquito de publicar otro tipo de noticias en una página de facebook. De la foto de cada sábado al repudio de la muerte de David. Entender que los chicos  que vienen cada sábado al merendero no vienen de casualidad, aunque después nuestra relación tenga su propio matiz. Abrir los ojos es también un punto de llegada (y ni hablar de la partida que permite). Habría que ver por qué recién ahora, después de casi siete años de actividad, podemos permitirnos ir más allá de la manzana que ocupamos. Es necesario moverse para no estancarse. Es necesario entender que somos parte de una realidad social para combatir el individualismo del que nosotros mismos nos quejamos. Es necesario saber que uno no está solo para que los objetivos tengan mayor alcance. Ese momento en el que uno ingresa en el mundo de los movimientos sociales y de las expresiones políticas de un tiempo, de un lugar. Vamos teniendo capacidad de representarnos en una red más o menos vasta de la provincia de Buenos Aires. Con un pie que apenas se adelanta, pero que tiene que tomar un gran envión para dar el paso. Nos costó mucho llegar hasta acá. Pero en estas breves (y quizá torpes) palabras se quiso transmitir en todo caso esta nueva identidad que vamos construyendo. Quizá como el hijo de un desaparecido que en principio debe recuperar el propio nombre y saber quién es, para luego poder saber que es Hijo y que su ser mismo es parte de una realidad social que lo trasciende y que en él se hizo/hace carne. Nosotros hemos tenido que cambiar nuestra manera de llamarnos ("los chicos del Nacional". "los chicos del merendero", "los Pibes del Ombú") para poder llegar a saber que somos una organización, porque estamos organizados y porque formamos orgánicamente parte del entramado socio-político de la Zona Sur, de Almirante Brown, de Glew. Las historias entrando conscientemente en la Historia. Y estas palabras sólo querían plasmar ese crecimiento. 

domingo, 23 de marzo de 2014

Nos/otros

Ya dijimos que el merendero es un sitio de encuentros. Hasta ahora veníamos pensándolo en relación a los chicos del barrio, los adultos, los contactos que nos permiten llegar a la municipalidad, la formación de un equipo de trabajo. Pero ayer, sábado, día por excelencia de nuestra presencia en el barrio, el encuentro fue particular y a la vez nos hizo dar cuenta de una manera muy encarnada de cómo es eso de que experiencias como la nuestra hay miles en todo conurbano. Ayer, nos encontramos con un equipo de trabajo también local, que labura en un merendero cercano al nuestro, aunque las actividades estén en etapas distintas y hayan tenido distintos itinerarios. Nos encontramos con militantes que son un poco como nosotros, más allá de algunas diferencias (por empezar, las distancias: ellos son de la zona donde laburan). Escuchar su historia, sus anécdotas, sus vivencias y saber que son las nuestras o las fueron alguna vez. Aquí hubo otro encuentro, que nos permite repensarnos como equipo de trabajo, para ver qué nos falta y de qué tenemos que estar orgullosos. Y así, de encuentro en encuentro, vamos delineando como podemos y queremos nuestra identidad en tanto espacio cultural, social, político, pedagógico. Un espacio donde quizá se entienda cabalmente que el poder es el de la imaginación. O eso se busca, sin olvidarnos de las tramas en las que estamos envueltos siempre. 

La gente que pasa por los proyectos, la intermitencia, los altibajos, el compañerismo, el ir paso a paso con donaciones y contactos personales, los robos de material, la dejadez de algunos vecinos, el abandono de algunos chicos, el compromiso de los vecinos que ayudan con la leche, la tarea, los vínculos malos o buenos con las escuelas de la zona, el horario y los días, la cantidad de gente, el mate, las huertas, las calles de barro por las que no pasan los colectivos, las edades de los militantes, el material de las construcciones, los colores. Tanto en común. Verlos es vernos y supongo que algo hay al revés. Diferencias también, en el lazo con los chicos quizá, en la manera de encarar el trabajo, etapas diversas de un proceso que nos lleva a preguntarnos por nuestros proyectos pedagógicos. Enfoques integrales que buscamos instaurar y crear. Sobre todo nos quedamos con el diálogo. Ayer construimos un puente con palabras que comparten una historia y que a su vez tienen mucho por enseñarse mutuamente. Estamos de a poco armando lo que siempre quisimos: una red local. Se empieza por donde se empieza, con un merendero o un vecino que trabaja más arduamente. Entonces nos vamos enterando de pequeñas anécdotas, de eventos que marcan la vida de los barrios, de llegadas y partidas que delimitan los alcances de nuestro trabajo. Entender que el merendero es una experiencia en mayúscula (la nuestra, sin duda, singular y específica) pero también macro, con minúscula, porque hay tantos merenderos como barrios que cumplan con la descripción de Villa Amancay. Está siempre lo general que hallamos en tipologías sociológicas; como lo particular que permite la experiencia in situ, corporal, día a día, con gente de carne y hueso. Pero no podemos perder de vista ni las causas que generan estas experiencias (y que en el momento sorprende cómo nos identifican pero que sin embargo ya lo sabemos: merenderos hay muchos porque son un fenómenos social) ni desatendemos el hecho de que son expresiones del estado general de ciertas poblaciones, que dicen también mucho respecto de la sociedad en general. Celebramos el encuentro con Las Mariposas de Villa París, y sobre todo con el equipo que ha empezado a abordar la problemática de la niñez en el barrio donde laburan. Quisimos dejarlo asentado en distintos medios sociales porque precisamente fue un encentro y nuestros contactos aunque virtuales también buscan y persiguen ese objetivo. La lectura de vaya uno a saber quién que nos conecta y nos permite crear esa red de la que hablamos. Saber que uno no está solo en la tarea es un paso importante no sólo para sentirse acompañado sino para pensar qué es ser un niño en un país como el nuestro, en una ciudad como la nuestra, en un conurbano como el nuestro. Qué es un merendero, intraducible a tantos idiomas, por qué tiene que existir o por qué existe y cómo son esas experiencias de la política local que parecen gotas de agua y al juntarse dan cuenta del océano. Saber que hay un mar pero que además no somos la única tabla a la que aferrarse. A ver si se forma la balsa o en el mejor de los casos, el barco. 

Link de Los Willkas, Hijos de Las Mariposas (Glew)
https://www.facebook.com/loswillkasdevillaparis?fref=ts

jueves, 27 de febrero de 2014

El Reino del Revés

Me vi de repente copiando la canción de María Elena Walsh ("El reino del revés") en cartulinas de colores. Me vi dibujando una araña y un ciempiés que van al palacio del Marqués en caballos de ajedrez. Me vi usando marcadores y pensando que en la actividad que realizo para el Merendero lo que más utilizo son los útiles que solíamos usar en clases de plástica. Viendo ese panorama, que es tan cotidiano para mí, me pregunté cómo eso puede ser además una manera de hacer política. En parte, me fue necesario pensar esta cuestión por una charla casual (y ni tanto) en el tren de vuelta de Glew con mi compañero Mariano. ¿Cómo es este proyecto un proyecto político? ¿Cómo cantar  que un señor llamado Andrés tiene 1530 chimpancés que si miras, no los ves, puede ser una tarea propia de un militante joven de un barrio del conurbano bonaerense? La Política y la política que mencionaba el conductor del programa radial Gente de a pie, Mario Wainfeld, hoy mismo al mediodía. Y sin embargo, la respuesta hace unos meses se volvió más simple de lo que uno podría pensar. Un proyecto como el del Merendero es un proyecto pedagógico. ¿Y acaso hay proyecto pedagógico que no sea eminentemente político? No se me ocurre, de hecho, un hecho político tal como la educación. Teniendo en mente además que en esta misma fecha se debaten las aguerridas paritarias docentes. Teniendo en mente además que en esta misma fecha aún hay aulas containers, aún hay quien las defiende y aún hay quien las ignora, en el distrito más rico del país. Un momento en que la idea de lo público se debate constantemente y la educación pasa a tener su rol central como bien público, e incluso como un servicio para aquellos que construyen la idea de "ser gobierno" con la de "ser dueño" y además compañero fiel de las corporaciones (aunque la idea de "compañerismo" no va bien en el mundo del mercado) en esta ciudad de pobres corazones donde vivimos los que sin embargo militamos al otro lado del Riachuelo. 

La actividad del Merendero se ha construido desde una visión que jamás ha perdido de vista la escuela  (o  Escuela). No sólo la de los chicos en el barrio sino la propia que nos ha formado a nosotros mismos. La actividad del  Merendero se lleva adelante por militantes que son estudiantes, muchos de ellos de Ciencias Sociales que debaten día a día políticas educativas (y la Política/política en general). ¿Cómo no podemos darnos cuenta de que todo proyecto pedagógico ataca directamente los roles sociales, las relaciones de poder, ya sea para construir algo nuevo o en los peores casos, simplemente mantenerlos? No sólo la escuela educa, eso es cierto. Hay miles de aprendizajes que se dan en un día a día que va más allá de la institución escolar. Pero es cierto que los grandes conceptos normalizadores llegan a través de la educación formal (no hace falta decirlo, pero Marx ya nos lo dijo hace mucho tiempo). La pregunta es en manos de quién están esas instituciones fomales (y formalizadoras). Es cierto, no obstante, que al interior de las escuelas, los maestros son muy variados y tienen trayectorias que hacen imposible pensar en El Maestro; pero las instituciones tienen sus cotos y limitaciones. EL Merendero juega en ese "afuera del límite" dentro de lo posible, o al menos eso intenta. Quizá no sea original trabajar con esa canción de María Elena (después de todo, también la canta Piñón Fijo). Sin embargo, es la mirada, es la lente que usamos, la que nos permite darle un vuelo distinto, construirla con los chicos en un proceso creativo que busca el trabajo en equipo como rumbo y horizonte. Los contenidos que se transforman cuando la visión que los anima busca ser transformadora, de acuerdo a los ejes que nosotros consideramos fundamentales. Viéndome dibujar al perro pekinés que se cae para arriba, al principio pensé si era eso un proyecto político que pudiera cambiar algo. Pero después pensé qué dinámica de grupo, con chicos de 4 a 6 años, era la más conveniente; qué dinámica de trabajo iba a permitir darle más vuelo al trabajo de los pibes; qué dinámica de trabajo iba a ser un poco más creativa que simplemente pasarles un video horriblemente digitalizado, perdido en YouTube. En ese "Ponerse en el lugar de", aunque sean chicos (o quizá porque lo son, porque son actores fundamentales del Merendero), hay un trabajo que repiensa relaciones. Relaciones adultos-chicos, en la escuela o en el merendero, como docente o como militante o simplemente como tutor o guía.  Esa relación adulto-niño que se invisibiliza, como si todos supiéramos qué significa ser niño o adulto y qué derechos y obligaciones se ponen en juego. Cuando denunciamos el abandono de los adultos hacia los chicos estamos realizando una proclama política: qué es la niñez y cómo se construye. Con qué afecto, con qué cariño, con qué dedicación. Las relaciones políticas a veces son claras (como las de la Política). Quizá nosotros dentro de esa Política hacemos política. Y en la política sin mayúscula las relaciones sociales están mucho menos claras. Entonces la canción de María Elena es nuestro refugio tanto como un desafío. Cómo hacer que aquello que está naturalizado deje de ser invisible y tome un rol central, para que al final de todo los pibes no estudien matemática en un container, porque eso sí que sólo puede pasar en el Reino del Revés.


domingo, 9 de febrero de 2014

Nosotros

Compartimos con todos un breve artículo que se escribió para una revista y que saldrá prontamente. Febrero arranca planteando algunos puntos centrales de nuestro trabajo y un poco de historia, elementos sin duda entrelazados y de los que nos vamos apropiando cada vez más para que nuestros proyectos y propuestas sean más claros y lleguen más lejos.

El Merendero Los Pibes del Ombú queda en la provincia de Buenos Aires, Argentina. No exactamente en la capital federal sino en el conurbano, en un partido provincial llamado Almirante Brown. Como ese espacio, existen miles en diferentes partidos bonaerenses como expresión no de un fenómeno singular sino más bien de un hecho social general: nacido en plena crisis social, el merendero (como indica su nombre) ha sabido suplir necesidades básicas de los vecinos del barrio Va. Amancay desde el año 2001. Luego de muchas idas y venidas, con diferentes movimientos políticos o sin ellos, el merendero queda abandonado a su suerte, sin parecer fundamental ya para los que vivían en las manzanas linderas. Pero en 2008 se reactiva con la llegada de un grupo de militantes (jóvenes estudiantes de colegios secundarios sin experiencia previa): y ahí entramos nosotros.
El Merendero hoy en día no da sólo la copa de leche, es decir, la merienda: un vaso de mate cocido, leche chocolatada o arroz con leche y algo para comer. Hoy en día las actividades se ampliaron y el grupo que arrancó en 2008 ha cambiado mucho también. Los que permanecen han crecido con el barrio y los nuevos llegan en otras circunstancias distintas de la agrupación. Pibes jóvenes de alrededor de 23-24 años, con sus trabajos y estudios, con sus familias y sus propios itinerarios previos.
También el entorno de trabajo ha cambiado. Al comenzar la actividad en 2008, el barrio tenía referentes locales que eran vecinos que vivían allí mismo y que se habían construido en su militancia como actores fundamentales de la política barrial. Pero en 2011 fallece nuestra referente y la actividad que involucraba a los vecinos adultos del barrio decae fuertemente, siendo además un golpe afectivo y emocional para todos nosotros.  Continuamos trabajando, pero la actividad se focaliza cada vez más en el espacio, tanto en nosotros y nuestras relaciones como agrupación así como con los chicos. Es así que en 2013, y sobre todo pensando para este año que recién comienza, se debatió respecto de cómo debía ser ese trabajo con los niños y adolescentes que eran los que daban vida al espacio, tratando de promover un enfoque integral que aborde problemáticas relativas a la niñez (actor político sin duda pero absolutamente invisibilizado en la mayoría de los casos). Por otro lado, al darnos cuenta de que efectivamente estaba en nuestras manos la organización del Merendero (incluso sin vivir allí mismo), se ha decidido encarar un proyecto que intente darle un marco institucional y legal (oficial) a la actividad y al espacio, realizando los trámites burocráticos pertinentes que nos permitan acceder a mejores recursos.
El espacio actualmente abre los sábados durante el año y se nutre principalmente de dos presencias: la de los militantes (alrededor de 15 personas) y las de los chicos que viven cerca (alrededor de 40). Así se construye la identidad del espacio, forjado por manos adultas en su momento y revitalizado por niños y adolescentes de entre 2 y 17 años. Cada sábado se realizan actividades recreativas en un marco pedagógico que se ha ido construyendo colectivamente con el tiempo y que permite pensar qué es ese espacio, cómo funciona, por qué es importante y para quién, y cómo se construye la identidad del Merendero nutrida de trayectorias diversas pero finalmente (y a su vez como principio de algo) coincidentes. El Merendero es pues un proyecto colectivo, así como tantos otros que existen y conviven, pero con su sello particular que se le imprime a través del trabajo de todos y cada uno de los que asisten y trabajan allí.
Hay muchas actividades remarcables: desde aquella vez que se pintaron reproducciones de Edvard Munch, Pablo Picasso y Antonio Berni, hasta el día de las ciencias, experimentado por vez primera en 2013, con experimentos químicos, físicos y biológicos. Desde un proyecto de huerta propia hasta la creación de una bandera que nos identifique y represente. Desde un viaje a la Universidad de Lanús para aprender técnicas muralistas hasta un paseo por el Parque Chacabuco para jugar un rato todos juntos.  Todas esas actividades siempre persiguen un objetivo común pese a la evidente diversidad: trabajar en equipo, estableciendo relaciones que nos permitan compartir todos los conocimientos tan distintos que circulan por el espacio. Nos permite encontrarnos para establecer un diálogo que no opaque la diferencia sino que se enriquezca de ella. Y por eso mismo, es un trabajo político que busca establecer cierto tipo de relaciones, basadas en la comprensión y en el mirar hacia fuera y no sólo hacia adentro. El Merendero expresa un proyecto que es pedagógico (porque no sólo se aprende en la escuela) y que busca generar un vínculo entre todos los que trabajan allí y el propio espacio: el Merendero, el barrio, los vecinos y sus casas e inclusive el Estado. Y por sobre todo, se busca reflexionar sobre por qué se vive como se vive y darnos la posibilidad de plantearnos si aquello que nos ha tocado nos gusta o queremos cambiarlo (y cómo cambiarlo). Al ser un trabajo vincular, es decir, que aborda relaciones sociales concretas, podemos entender al Merendero y su labor como parte de los Nuevos Movimientos Sociales que han nacido en Latinoamérica y que se desmarcan de la lógica de los tradicionales partidos políticos, que aspiran a posiciones concretas en los gobiernos de turno.

Los Pibes del Ombú construyen con organización, con ideas, con debates, con comunicación. Pero también construyen con y desde la alegría, que no puede perderse nunca si se busca hacer algo grande. Buscamos esgrimir una palabra justa, como solía decir el poeta argentino Francisco “Paco” Urondo, que sepa decir pero que sepa escuchar. Ya no la primera persona del singular, sino del plural. Esa es la propuesta que sigue en permanente construcción porque cambian las situaciones y cambian también las personas que se involucran en ellas. Este trabajo colectivo y conjunto que se hace con las propias manos y el propio cuerpo con otros cuerpos que tiran para un mismo lado (a veces más orquestadamente y a veces menos) es el que se intenta esbozar en estas palabras breves. Los invitamos además a vernos y conocernos un poco más en nuestros portales. Para que vean además el color que tiene nuestra identidad, que es muy particular y muy general. Es más, deberíamos invitarlos no ya a ver nuestro color, sino nuestros colores, que son muchos y se construyen colectivamente desde hace varios años y a pasos lentos pero seguros.