jueves, 9 de enero de 2014

Palabras que borran todas las tristezas

Siempre hablamos de la palabra justa, del diálogo que, como cantan los de Calle 13, destruye toda situación violenta. Hablamos y nos llenamos de palabras con contenidos en todos nuestros espacios: el merendero, la biblioteca, el blog o el facebook, las cadenas interminables de mails. Palabras. Y este verano, como algo que se anunció hace meses, pudimos realizar un taller de literatura. No de cualquier literatura: infantil. Y más específicamente para niños de 4 a 6 años. Una apuesta fuerte, que incluye mucho trabajo y nos lleva al barrio en la semana, con todo el esfuerzo que eso siempre implica. Horas viajando para leer un poema de María Elena Walsh o disfrazarnos de brujas o cantar como un gallo. Esta apuesta fuerte, que recién comienza y tiene mucho por andar aún, dice un poco (o dice mucho) de los proyectos que el merendero encierra (y abre). Proyectos que trabajan con chicos a los que conocemos desde hace mucho y con los que hemos construido una relación -y todo lo que las relaciones conllevan. 

Mi compañero ya dijo que el corazón está en el barrio y es que eso es cierto, y un poco lo hemos comentado: la política tiene un elemento clave que no puede escindirse jamás sin caer en la mera inercia que también habita a los trámites burocráticos. La política en territorio (en todos los territorios) siempre tiene que tener algo de pasión. Pasión que nos movilice, que nos reúna, que nos lleve a superarnos aunque a veces canse o enfrente o agote. La política no es armónica, así como tampoco lo es la democracia. Quien fue nuestro referente y sin duda del que hemos aprendido mucho una vez nos dijo en la cocina de su casa aún en construcción "una vez que te pica el bichito de la organización no salís más". Y hay algo de eso. Hemos encontrado nuestro espacio para pensar una política que no sale en los grandes medios pero que sí está al alcance de cualquiera que quiera y pueda ver. Y como para ver hay que abrir los ojos, nosotros pensamos (retomando una consigna que tuvo en su momento la Fundación Mempo Giardinelli) que leer abre los ojos. Por eso las palabras que están en los libros nos ocupan a algunos de nosotros este verano y le damos al merendero la aventura que hay en los cuentos que aún no hemos leído. Nuestro verano llega de la mano de Pipo Pescador, de Liliana Cinetto, de canciones tradicionales, de María Elena, y quién nos dice por ahí hasta de José Martí. Nos llenamos de palabras que no tienen  dueño finalmente y que nos llenan a todos los que formamos parte de ese espacio que hemos construido con trabajo. Nuestra política es un trabajo apasionado, crítico, colectivo, que nace de palabras humanas que inventan colores que el arco iris no tiene, como dijo Galeano alguna vez. Pero elegimos nosotros qué palabras decir, porque como canta un uruguayo, hay escritas infinitas de ellas, aunque no todas nos gusten. Elegimos la palabra "libro", que el Pipi (de cuatro años) asegura que los libros del merendero están cansados y por eso están parados en los estantes de la biblioteca. Elegimos la palabra "compañero" porque así nos vamos relacionando entre nosotros y nos volvemos cómplices de esta transformación. Elegimos la palabra "colectivo" que es lo que caracteriza a todo lo que hacemos, desde un escrito con nuestra historia hasta el viaje en tren tomando un mate o los proyectos, como el de huerta que arrancó este año. Elegimos la palabra "alegría" porque nada grande se hace desde la tristeza. Y elegimos la palabra "palabra" porque es nuestra herramienta de trabajo y de reflexión, es el lenguaje que intenta unirnos y nos muestra en qué diferimos, y es la utopía: la palabra que borre la tristeza, la desigualdad, el desánimo, el individualismo (feas palabras).  Y así, todas estas palabras, que cobran fuerza y sentido no sólo al yo escribirlas aquí sino al volverlas carne en cada actividad compartida, animan nuestro taller, una gota en la historia del merendero y del barrio. Retomo aquí lo escrito por mi compañero, tan sencilla y bellamente que la verdad no sé ni por qué redundo. Qué sería de nuestra reflexión sin la vivencia y qué sería de nuestra práctica sin el pensamiento que la orienta (y viceversa). Este taller que arranca es esa dialéctica, con niños pequeños que están tan llenos de fantasías y palabras que nacen y crecen en la poesía del merendero.