sábado, 21 de diciembre de 2013

Mundo y Corazón

Hace mucho que no escribo, espero no estar oxidado. Las reflexiones sobre la militancia son varias en el blog, muchas son disparadas por el proceso de formación política que experimentamos. En el ejercicio de pensar y abstraer lo que sentimos, pensamos o vivimos siempre veo dos polos que orientan mis reflexiones. Lo necesario y útil que es darse esa reflexión. Analizar lo vivido permite "correr los velos", caemos en cuentas de errores, de aciertos, de sueños y planes que no se nos hubieran ocurrido si sólo nos limitasemos a ser, a trabajar, a militar. Por otra parte qué sería de reflexión sin ese contenido, sin lo vivido, sería pura formalidad, no serviría para nada. Qué lindo que es entonces, después de tantos años vividos pasando los sábados en Glew, sentirse barrio, sentirse mundo. ¿Cómo orientar el estudio social sin sentirse parte del mundo? Imposible. Mis oídos escucharon los sueños, las risas, las ilusiones, las tristezas, los llantos de un barrio, de un mundo. Mis brazos los tomaron. Mis pies lo caminaron. Mis ojos lo vieron. Pero mi corazón, eso, se quedó allí para esperarme todos los sábados y recordarme lo que es ser mundo.

martes, 26 de noviembre de 2013

El arte del fútbol

En el Día de las Artes, el próximo 30 de noviembre, vamos a tener un taller de fútbol. Ustedes se preguntarán por qué, dado que lejos está aparentemente del trabajo artístico. Pero para eso no hace falta rebuscar demasiado. La claridad del Negro Fontanarrosa es más que suficiente. Les dejo algunos fragmentos del maravilloso cuento "Viejo con árbol". Y al final, el link en YouTube, para que lo vean actuado. Eso es el arte.

Fragmentos


Era verano y ese horario para jugar era una locura. Casi las tres de la tarde y el viejo ahí, fiel, a unos metros, mirando el partido. Cuando Eduardo entró a la cancha --casi a desgano, aprovechando para desperezarse-- cuando levantó el brazo pidiéndole permiso al referí, el Soda se derrumbó a la sombra del arbolito y quedó bastante cerca, como nunca lo había estado: el viejo no había cruzado jamás una palabra con nadie del equipo.

[...]

Escuchaba la radio con un auricular y en la otra mano sostenía un cigarrillo con plácida distinción.--¿Está escuchando a Central Córdoba, maestro? --medio le gritó el Soda cuando recuperó el aliento, pero siempre recostado en el piso. El viejo giró para mirarlo. Negó con la cabeza y se quitó el auricular de la oreja.--No sonrió. Y pareció que la cosa quedaba ahí. El viejo volvió a mirar el partido, que estaba áspero y empatado. Música dijo después, mirándolo de nuevo.--Algún tanguito?, probó el Soda.--Un concierto. Hay un buen programa de música clásica a esta hora

[...]

.--Pero le gusta el fútbol --le dijo--. Por lo que veo.El viejo aprobó enérgicamente con la cabeza, sin dejar de mirar el curso de la pelota, que iba y venía por el aire, rabiosa.--Lo he jugado. Y, además, está muy emparentado con el arte --dictaminó después--. Muy emparentado.El Soda lo miró, curioso. Sabía que seguiría hablando, y esperó.--Mire usted nuestro arquero --efectivamente el viejo señaló a De León, que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de tierra--. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de los muslos. La tensión en los dorsales --se quedó un momento en silencio, como para que el Soda apreciara aquello que él le mostraba--. Bueno... Eso, eso es la escultura...El Soda adelantó la mandíbula y osciló levemente la cabeza, aprobando dubitativo.--Vea usted --el viejo señaló ahora hacia el arco contrario, al que estaba por llegar un córner-- el relumbrón intenso de las camisetas nuestras, amarillo cadmio y una veladura naranja por el sudor. El contraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales, el casi violeta cardenalicio que asume también ese azul por la transpiración, los vivos blancos como trazos alocados. Las manchas ágiles ocres, pardas y sepias y siena de los muslos, vivaces, dignas de un Bacon. Entrecierre los ojos y aprécielo así... Bueno... Eso, eso es la pintura.

[...]

Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el cuatro nuestro. El salto al unísono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el braceo amplio en busca del equilibrio... Bueno... Eso, eso es la danza...El Soda procuraba estimular sus sentidos, pero sólo veía que los rivales se venían con todo, porfiados, y que la pelota no se alejaba del área defendida por De León.--Y escuche usted, escuche usted... --lo acicateó el viejo, curvando con una mano el pabellón de la misma oreja donde había tenido el auricular de la radio y entusiasmado tal vez al encontrar, por fin, un interlocutor válido--... la percusión grave de la pelota cuando bota contra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el césped, el fuelle quedo de la respiración agitada, el coro desparejo de los gritos, las órdenes, los alertas, los insultos de los muchachos y el pitazo agudo del referí... Bueno... Eso, eso es la música.

[...]

--Y vea usted a ese delantero... --señaló ahora el viejo, casi metiéndose en la cancha, algo más alterado--... ese delantero de ellos que se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarántula, mesándose exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro, bramando falsamente de dolor, reclamando histriónicamente justicia... Bueno... Eso, eso es el teatro. El Soda se tomó la cabeza.--¿Qué cobró? --balbuceó indignado.--¿Cobró penal? --abrió los ojos el viejo, incrédulo. Dio un paso al frente, metiéndose apenas en la cancha--. ¿Qué cobrás? --gritó después, desaforado--. ¿Qué cobrás, referí y la reputísima madre que te parió?El Soda lo miró atónito. Ante el grito del viejo parecía haberse olvidado repentinamente del penal injusto, de la derrota inminente y del mismo calor. El viejo estaba lívido mirando al área, pero enseguida se volvió hacia el Soda tratando de recomponerse, algo confuso, incómodo.--...¿Y eso? --se atrevió a preguntarle el Soda, señalándolo.--Y eso... --vaciló el viejo, tocándose levemente la gorra--...Eso es el fútbol.  


sábado, 23 de noviembre de 2013

Un arte mayor

Teníamos que llenar el cronograma de noviembre. Comenzamos por lo que ya habíamos hecho, y finalmente llegamos al día de la fecha. "¿Qué hicimos hoy?", le pregunto a Luján, que está en segundo grado. Ella era la encargada de llenar el casillero del 16 de noviembre. Y sin dudarlo me dice "Hicimos arte".

El 30 de noviembre se viene nuestra celebración de cierre de año: El Día de las Artes. Idea que tiene historia, y una que por cierto identifica a muchos de los que somos parte y más aún de los que fueron. El Merendero tuvo varios días de cierre y siempre aparece en estos eventos la idea de "celebración". Después de todo un año de trabajo, está bueno ver el balance, y si puede ser en lindas cartulinas hechas en equipo, mejor aún. Estas actividades de cierre permiten ver lo hecho de manera integral: no son sábados inconexos, hay un hilo conductor que de a poco se va construyendo de manera más sólida. No es tanto una cuestión de contenido, sino de enfoque. Podemos trabajar con plastilina o con marcadores; podemos hacer animalitos de masa o posar con bicicletas. Podemos jugar al fútbol o pintar paredes. Pero siempre intentamos que sea un trabajo en equipo, un trabajo colectivo y en el que podamos darnos la oportunidad de disfrutar pero de pensar qué nos hace sentir bien,lo que a veces no es ni tan sencillo ni tan evidente. Y esta muestra de fin de año es lo que se dice "el corolario", pero no porque dejemos de ir, de hecho no hay freno en la actividad (somos ambiciosos). Es el corolario porque siempre los balances tienen que formar parte de cualquier grupo humano que se piense como organizado y orgánico. El Día de las Artes es una muestra de un ejercicio: el de reapropiarnos de una práctica que no se originó en el espacio pero que es en ese espacio donde funciona como funciona. Así volvemos el Día de las Artes algo propio. 

Este año tuvo una impronta especial dada por la mayor conectividad grupal, en todos los sentidos. Pero por sobre todas las cosas, si hay algo que no falta un sábado, eso es la cámara de fotos. Sacamos fotos todo el día, a veces al azar, a veces buscando algo, a veces para divertirnos y otras para documentar. Sacamos fotos todos, chicos y grandes, y cada uno le imprime así su sello y mirada. Fue entonces un año en el que nos miramos trabajando, dibujando, riéndonos, andando en bici, mirando. Se han hecho posters y carteles, se han subido las fotos a facebook, se piensa la muestra de fin de años en fotos y carteleras. La cámara que nos permite reflexionar porque nos vemos allí, en el Merendero. Nos vemos en acción y pensamos si es esa la imagen que queremos de lo que hacemos. Los chicos pasan y se quedan mirando las mismas fotos que están desde hace meses colgadas en las paredes contra todo pronóstico desafortunado. La imagen y su fuerza, el poder de mirarnos y de que las imágenes nos despierten algo, difícil decir qué. Así que este 30 de noviembre el Día de las Artes va a tener una impronta fotográfica fortísima que cada vez aprende a mirar mejor y con esto queremos decir a mirar comprometidamente aunque sin perder nunca la alegría del juego. 

El 30 de noviembre entonces es una jornada especial que queremos compartir con todos, en todos los medios porque somos un espacio que abre canales en todas las esferas. Este 30 de noviembre vamos a ver integralmente nuestro arte y a crear otro tanto. Y así se va otro año más en el Merendero, pero a diferencia del tempus fugit, aquí se siente el peso de los años, de la experiencia, del lugar ganado, de la dinámica grupal que cada vez se nos vuelve más evidente porque le damos cada vez más forma. Invitamos a todos a acercarse pero por sobre todo a participar. Porque el Día de las Artes es un día no sólo para ver sino para hacer. Y el Arte del Merendero es un arte activo y por sobre todas las cosas, es un arte colectivo que necesita y abraza todas las manos, todas.


domingo, 10 de noviembre de 2013

La palabra justa

En la ciudad de Buenos Aires (así como en otros sitios) existen muchas organizaciones sociales que buscan cambiar algo, tal como queremos hacerlo en y desde el Merendero. Una de ellas es la  Casa José Martí (todo un nombre), por la zona de Boedo. Cómo cambiar las cosas quizá es lo que diferencia y acerca a estas variadas organizaciones y centros culturales, plagadas de gente joven que labura duramente y combina sus actividades militantes con otros quéhaceres de la vida, siempre a las corridas, pero siempre corriendo para el mismo lado. En la Casa Martí, uno de esos ejes de cómo cambiar se plasmó en dos encuentros -en los que participamos como colectivo- de Alfabetización de Jóvenes y Adultos. El primero fue el 26 de octubre y el segundo fue ayer, sábado 9 de noviembre, a cargo de docentes y alfabetizadores con ganas de conocer experiencias pero también de aportar las propias. Podemos decir brevemente que salimos más que satisfechos y agradecidos y por supuesto con ganas renovadas de volver a la actividad que tanto nos ha convocado y a la que, pese a la voluntad, siempre encontrábamos compleja y casi inabordable: el apoyo escolar. Porque pese a que muchos de los chicos con los que laburamos finalmente aprendieron a leer, hay chicos muy pequeños que aún no lo han hecho. Pero por sobre todas las cosas, de aquéllos que sí saben cómo hilvanar palabras, nos hemos quedado con la nueva idea de que leer no es sólo ese procedimiento (no es de hecho un procedimiento). Es un acto político y de conocimiento, como hemos convenido en estos encuentros. Y como militantes que somos debemos entonces darnos esa posibilidad de ampliar las fronteras técnicas del apoyo escolar. Sólo que hasta ahora no habíamos contado con ningún recurso más que la improvisación y la influencia de antiguas experiencias personales (aunque debo admitir que no recuerdo ese momento en que me enseñaron a leer). Leer, entendimos de una manera más cabal, es poder volver inteligible no sólo un texto sino nuestra propia vida y nuestra vida en conexión con las palabras con las que vivimos y que producimos. En las palabras hay relaciones sociales y hoy en día, en nuestra sociedad, las relaciones sociales encadenan palabras con sentidos siempre personales y siempre políticos. Leer, como pudimos comprender en el Taller de la  Casa Martí, es un encuentro. Y hemos dicho ya que el Merendero también lo es: es un espacio que busca un encuentro, pero un encuentro que se reflexione, que se piense a sí mismo para poder pensar y a partir de poder pensar el mundo que lo rodea, que lo sostiene y al que coadyuvamos a recrear. Una vez más, la pregunta: cómo recreamos ese mundo o más bien cómo queremos recrearlo. Pues bien, a partir de poder entender (leer) ese mundo pero de una manera crítica, de una manera que permita develar y poner al desnudo todo aquello que nos lleva, para bien y para mal, a donde estamos. Pues como dice el bolero cubano, no va pa' ningún lado quien no sabe dónde está. Creemos, y quizá ahora con renovado fervor, que leer en el Merendero es una manera de averiguar dónde se está, desde dónde se parte y sobre todo a dónde se quiere llegar. Recuerdo la fotocopia pegada en nuestra biblioteca que dice "leer abre los ojos", y  en la que aparecen dialogando Inodoro Pereyra y Mendieta. Muy bien, es hora entonces, quizá como plan de verano, volver a ese apoyo escolar, pero siendo ya más grandes (en todos los sentidos), teniendo más recursos y sobre todo la convicción que nos mueve, el deseo que nos anima y el afecto hacia ese mundo que el Merendero es, con sus personas y sus identidades. 


En el taller se retomó al pedagogo brasilero Paulo Freire y a su idea fuerza de "palabras mundo", es decir, aquellas que son referentes de los grupos sociales con quienes uno trabaja como alfabetizador (en el sentido más amplio de comprensión crítica del mundo). Pienso que la palabra 'Merendero' para nosotros es una palabra generadora, una palabra próxima y que aproxima; personal y común. Pienso también que la palabra 'fútbol' o los equipos de todos nosotros también lo son. Pienso en la idea de 'barrio' y en los nombres de quienes formamos parte. Pienso en la palabra 'sábado' y, quizá ya para nosotros, la palabra 'militancia'. Será cuestión de ir sopesando un poco más las palabras que utilizamos, no sólo para aprender a leer en el sentido más reducido (sobre todo para los más chiquitos); sino para desglosar esas palabras que usamos tan livianamente a veces en sus segmentos no silábicos sino sociales. Aprender a leer un texto que nos dé herramientas transformadoras. Aprender a leer las canciones que escuchamos sin prestar tanta atención. Aprender a leer las poesías que nos están esperando en los desordenados estantes de nuestra biblioteca. Aprender a leer las películas que pasan en la televisión un domingo a la tarde. Aprender a leer un diario. En fin, asistimos a un encuentro (o a dos) que busca pensar una pedagogía de la comunicación. Y me quedo con una frase que leímos en el libro base que se usó de Freire, Educación como práctica de la libertad (1965): la palabra como fuerza de transformación del mundo. Quizá por eso el Merendero siempre defendió el diálogo (como cantan los de Calle 13, el diálogo destruye cualquier situación violenta), porque la palabra esgrimida intenta construir vínculos afectivos que destierren la violencia física y simbólica que tanto lastima y tan naturalizada se halla. Quizá ahora estemos animados por un análisis más consciente del por qué o del cómo. Y de ahí el título de esta entrada, refiriéndome a la frase de Paco Urondo. Eran otros tiempos y otros modos (otros cómo de la política): Paco empuñó un arma porque esa fue la manera de poder vivir en el corazón de la palabra justa. Nosotros hoy apostamos a otra construcción militante, transformadora y organizada. Nosotros hoy apostamos a la fuerza creadora del diálogo. Y agradecemos a la Casa Martí por habernos abierto las puertas (y haberlas dejado abiertas) y ayudarnos a entender cómo volver realidad (aunque sea un poquito más) esa fotocopia de la pared de la biblio, que propone  a través de la lectura abrir no sólo puertas: abrir los ojos.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Estás cuando no estás

La dimensión transformadora de la militancia es innegable. Sin duda, los que nos movemos (porque hay que moverse para ser militante) lo hacemos porque queremos cambiar algo -ya resuena la canción de Baglietto-. Somos parte de un proyecto transformador: buscamos crear una identidad que genere nuevos vínculos entre las personas, vínculos comprensivos y compañeros, que le digan que no a la violencia y permitan construir colectivamente. Somos militantes porque creemos que las relaciones de poder que existen no son justas pero tampoco son eternas: ahí está el papel de todo aquel que lucha. Pero además de los grandes programas, de las reuniones y plenarios en los que se discute cómo hacer tal o cual actividad y con qué fines; además de los motivos concretos y políticos que nos movilizan y de la reflexión sobre el estado actual de cosas, en todos sus sentidos; además de las ganas de cambiar algo en la realidad que está hoy por hoy como está pero que no es como es; además de todo eso, está la transformación del militante. 

Recuerdo que nuestro referente en su momento  nos había dicho que una vez que te pica el bichito de la organización, no hay vuelta atrás. Y creo que tiene razón. Porque cada sábado que no voy al Merendero (y sé que no soy la única) por el motivo que sea, me siento rara: dislocada. Me siento fuera de lugar y tal vez fuera de tiempo. Después de tantos años en que el fin de semana sólo tiene un día, tener dos de vez en cuando no es tan fácil. La militancia, que sigue reflexionando y siendo auto-analítica, se vuelve además hábito. Pero debo ir más lejos: se vuelve parte de mí. Y parte de todos los militantes. A punto tal que no se concibe un sábado sin ir al Merendero y a punto tal que para cuando llega el próximo ya parece que han pasado siglos. Ya no puedo decir qué hacía los sábados antes de 2008 porque esa persona que fui antes ya no es. Tampoco el Merendero es lo que era antes de 2008. Somos herederos de su nacimiento en una época social como fue el 2001 en nuestro país, pero además somos los actores y recreadores de una época diferente, con continuidades por supuesto, y con rupturas. Ni el Merendero ni nosotros podemos pensar en el antes, porque como tales no existíamos (y de ahí que me resuene la canción de Jorge Drexler que dice "antes de ser nosotros dos, no había ninguno de los dos"). El encuentro que se propicia activamente sábado a sábado es un creador de identidades que carga con la historia de todas sus partes pero que escapa al determinismo: la militancia es todo lo contrario al esencialismo. Sin embargo, se vuelve hábito, pero un hábito que se toma de lo primero que encuentra para pensarse a sí mismo. Como me pasó a mí: la lluvia del sábado nos impidió ir al barrio y de esa ausencia, a mí me surgió escribir estas torpes palabras. Es decir, no hace falta más que una ruptura del hábito para que este se me presente como eso que es: parte de mi vida cotidiana. Y ahí quería llegar: la militancia como vida cotidiana.

Uno no deja de ser militante ni un segundo. Piensa y actúa de acuerdo a esas convicciones que lo mueven. En este caso, las convicciones que nos llevan a ese barrio y a esas personas con las que trabajamos. Pero además, cada sábado se ha ganado un lugar en mi vida desde otro punto de vista que no se puede desestimar: el afectivo. Yo quiero ir a Glew. Por convicción y por afecto. Ese sábado es no sólo un proyecto político de consignas: es una construcción con otras personas. Es la búsqueda de entender que se quiere pensar en primera persona del plural, y yo sola en casa no puedo. Un sábado en el que no se va al barrio es una contradicción de mi propia militancia y de toda militancia: porque sólo se milita poniendo el cuerpo (y las ideas de/en/a través (d)el cuerpo). En todo caso, se hará algo para llenar ese sábado (así es como con un compañero, por iniciativa de él, en quien pienso ahora al escribir esto, vino a estudiar a casa y su texto, casualmente, trataba sobre los usos sociales del cuerpo), pero me parece que yo recién ahora lo estoy haciendo: escribo lo que nace de esa contradicción que viví el sábado pasado. La militancia se hace cuerpo en uno a fuerza de tanto poner el cuerpo. Y finalmente se entiende que uno vive en todos sus aspectos dentro de esos lineamientos políticos (que son culturales y morales y económicos y afectivos) todo el tiempo. La vida propia se contagia de esas experiencias, se nutre y cambia. Cambiamos todos nosotros en el proceso de querer cambiar otras cosas, espacios, personas, relaciones. La experiencia militante cambia y transforma en todas direcciones. Cómo cambiar o qué se quiere modificar ya es harina de otro costal: hay muchas militancias, en sus formas y contenidos. Pero lo importante es reconocer qué las une. Y eso que las vuelve común y por tanto las define es lo que a mí me faltó el sábado que pasó: ese "poner el cuerpo" de forma orgánica y colectiva. Ahora, entonces, sólo me queda materializarlo (corporeizarlo) de la única forma en que se me ocurre, antes de que llegue el próximo encuentro: escribiendo. Ya dije que escribir es una forma de habitar, o sea, de estar y ser. Las palabras son los cuerpos que pongo hoy ante la ausencia que pasó. Espero que también ellas sean palabras militantes, es decir, palabras transformadoras, al menos para quien las lea. Porque para con quien escribe ya lo han sido. 

miércoles, 30 de octubre de 2013

Tu nombre me sabe a hierba

Miren la foto de final de página. Parece que no cambió demasiado la fachada del Merendero (ahora hay un alambrado más elaborado) desde 2008 hasta hoy. Aunque los que estemos siempre allí sepamos que sí existieron tales cambios. Pero hay algo que nos está faltando y tal vez debamos pensar en hacerlo prontamente: un cartel con nuestro nombre. Después de todo, tenemos una bella bandera, tenemos un blog, tenemos un facebook, y para los que van allí todos los sábados, no hay ni una seña. Sé que no es el nombre el que hace al espacio, pero son esos pequeños símbolos que nos ayudan a identificarnos y construirnos, sobre todo cuando tantas veces en la historia los nombres se tachan, se borran, se invisibilizan, como si no hubiesen existido o no existieran. Algún poder han de tener, para construir una experiencia compartida que nos dé una unión (y por lo tanto, la fuerza). Un nombre que no nace con nosotros pero al que le dimos una nueva vida con los chicos y los vecinos que se acercaron. Una herencia, una historia, la memoria y el presente, que siempre es el que la activa.

Dejo las fotos (de este año) para que veamos un poco cómo nos lo está pidiendo a gritos. ¡Un poco de color! Y si es posible, como canta cierto cantante uruguayo, que sea el color de la alegría.



martes, 29 de octubre de 2013

La fuerza de la personalidad política

La experiencia en el Merendero es una experiencia política. Como tal, se nutre de relaciones  tanto locales como por fuera del espacio mismo, de ahí su riqueza (la experiencia); relaciones de poder que quieren construirse, reconstruirse o transformarse (la política). Nosotros viajamos y con nosotros viajan nuestros equipajes, un poco parecidos y un poco distintos. Y a su vez, en Glew, con los chicos y entre nosotros, cargamos otro equipaje: el que nace del encuentro del que ya se ha hablado. Pero no sólo en ese diálogo (encuentro) concreto podemos pensar que nace la actividad así como es: nuestra dinámica es parte de otras dinámicas, de la Historia y las historias (no sé por qué esas Historias no van con mayúscula también). Una de esas dinámicas, al menos para algunos de los militantes que formamos parte de este colectivo, viene de una producción académica. No sé si sea mejor o peor, pero enriquece porque abre puertas, al menos en la forma en que nosotros encaramos esa vida académica. El mundo social es en sí mismo complejo, pero no menos complejas son las teorías sociales sobre ese mundo, que también forman parte de él. De hecho, a veces parece que sólo llegamos a esa realidad a partir de esas construcciones, no sólo teóricas, sino también propias de la imaginación colectiva (o las imaginerías, en plural). Hoy, un poco al menos y sin ánimos de agobiar, quisiéramos compartir unas palabras viejas pero quizá al ser tan clásicas, modernas. Vieron cómo son esas cosas, ¿no? Lo clásico y lo moderno. Es así que el título de esta entrada viene del autor cuyas palabras quiero compartir. Palabras que no se lleva el viento, aparentemente, porque aquí una vez más serán reproducidas, en este medio que para el autor ni siquiera existía y no sé si fuera probable en su horizonte de sentido. Hablo de Max Weber, un sociólogo, economista, qué sé yo, esa manera de ser todo que tenían "los clásicos". Un alemán que nació hace dos siglos y murió el anterior (el año en que nació mi abuela, de hecho) y que dio una conferencia (entre varias) llamada La política como vocación. Sé que parece lejano un alemán de otro siglo. Pero es la fuerza no sólo de la personalidad política sino de sus palabras en mi experiencia, que, en esa interpelación exitosa, adquieren absoluta contemporaneidad. Es el texto que se activa en mi experiencia. Es la política de Weber con nuestra política (y me pregunto si se puede uno bañar en la misma agua del mismo río o si un río puede tener muchas aguas). Como las fotos, que se activan en la mirada, son las palabras que cobran fuerza porque al leerlas pienso en nuestra militancia. Quiero compartir un fragmento de esta conferencia de 1918, pronunciada en Munich. De la Universidad a la Web. Espero sea parte de la democratización no ya de la distribución, sino de la re-apropiación creativa y por lo tanto de la producción del conocimiento. Uno de tantos, al menos. 



Hacia el final del texto, cuando uno ya buceó en los avatares de la política y su formación como maquinaria de poder del Estado moderno occidental (y sobre todo el nacimiento del funcionariado moderno), Weber nos revitaliza: no nos habla ya solamente de la política rutinizada, sino de cómo esa naturalización calma debe tener un impulso vital pasional. Pasión y responsabilidad como dos características propias del político (entendido como funcionario, no como cada uno de nosotros, que también somos animales políticos, mucho más que algunos sentados en altos cargos de gobierno), de la fuerza de la personalidad política. Sin embargo, y he aquí mi reapropiación, quisiera ampliar los posibles destinatarios de esas palabras. Pues yo no estoy sentada en ningún puesto y no obstante me sentí conjurada en esas líneas finales (qué manera de terminar una conferencia, quién pudiera). Y ya basta de mi propia verborragia, les comparto un breve fragmento. Espero que puedan dejarse interpelar también. Primero, unas preguntas duras (pero así es el mundo también); luego, un poco de la pasión que ni el propio Weber pudo reprimir, pese a esa sangre germana que le corría por las venas, pese a ese pesimismo ante la situación de su país en 1918, pese a ese 1918 en sí mismo.

¿Cuáles de aquellos para quienes la primavera aparentemente ha florecido con tanta exuberancia estarán vivos cuando se desvanezca lentamente esta noche? ¿Y qué habrá sido de todos ustedes? ¿Estarán amargados o convertidos en autómatas? ¿Aceptarán simple y rutinariamente el mundo y su ocupación? ¿O será su destino la tercera, y en modo alguno la menos frecuente, posibilidad: huida mística de la realidad para los que están dotados para ella o -caso frecuente y también desagradable- para los que se esfuerzan por seguir esa tendencia? En todos esos casos llegaré a la conclusión de que no han estado a la altura de sus propias obras. No han estado a la altura del mundo tal como es en realidad en su rutina cotidiana. En sentido objetivo, y de hecho,no habrán experimentado la vocación por la política en su significado más profundo, aunque creían haberlo hecho. Hubiera sido preferible que se hubiesen limitado a cultivar una simple fraternidad en sus relaciones personales. En cuanto a los demás, deberían entregarse desapasionadamente a sus tareas cotidianas. 
La política es una penetración poderosa y lenta de un material duro. Requiere pasión y perspectiva a la vez. Ciertamente toda la experiencia histórica confirma la verdad: que el hombre no hubiese logrado lo posible si no hubiese luchado una y otra vez por lo imposible. Pero para ello el hombre debe ser un dirigente y no sólo un dirigente, sino también un héroe, en un sentido muy equilibrado de la palabra. E incluso aquellos que no son dirigentes ni héroes deben armarse con esa constancia de corazón que puede superar incluso el desmoronamiento de toda esperanza. Ello es necesario precisamente en estos momentos, si no los hombres no lograrán alcanzar lo que es posible hoy. Sólo posee vocación por la política el que abriga la certeza de que no se desmoronará cuando, en su opinión, el mundo resulte demasiado estúpido o demasiado vil para lo que desea ofrecer. Sólo posee vocación por la política el que puede responder a todo esto: ¡A pesar de todo!




lunes, 28 de octubre de 2013

Somos los que somos

Este texto es producto de un pibe del ombú que se sintió movido a expresar ciertas reflexiones, ciertas emociones después de una reunión, protoasambletaria.

Compas, no sé qué onda que está caído gmail, les iba a escribir que me fui muy contento de la reunión de ayer y me imagino que como todos, con miles de reflexiones en la cabeza y con ganas de seguir construyendo. Siempre desde las líneas las que marcamos ayer, el compañerismo, la comunicación, la palabra. No son sólo valores que nos vienen de arriba, todo eso se construye, es un proceso y descubrirse a uno mismo como sujeto transformador no es para nada poca cosa. Pero ese despertar político no es mágico, nos reconocemos en tanto nos relacionamos con otros y de esa interacción que es conflictiva, que hay intereses en juego, nos formamos como sujetos. Fijense lo que pasó estas semanas en las facultades de la UBA, ayer votamos para el Parlamento, dos ejemplos de militancia política (partidaria). Pero nosotros elegimos ir los sábados a un barrio en el conurbano de la Prov de BsAs. Con adultos y chicos semialfabetos, con precariedad laboral, de vivienda y de salud. Pero no son pasivos, no son pobres diablos que necesitan que les enseñen valores para progresar. Ellos son agentes de cambio también, y dar esa lucha por el reconocimiento en tanto agentes de cambio, eso es lo que trabajamos todos los sábados. Me costó mucho tiempo entenderlo así, pero no por leer dos o tres libros, me costó muchos viajes en tren, muchos abrazos de los chicos, risas, muchos golpes, insultos, indiferencia. Muchas charlas con mis compañeros, emociones compartidas tanto frustraciones como alegrías. No es para nada poca cosa. Lo de ayer es una apuesta a ir por más, sabiendo muy bien cuáles son nuestras limitaciones, es decir, hasta dónde queremos llegar. Así que nos vemos el sábado :)

domingo, 20 de octubre de 2013

Encuentros, presencia y ausencia.

Hace mucho que no utilizamos este recurso. En realidad, nuestra presencia virtual se encuentra más en facebook que aquí, vale aclarar. Sin embargo, la naturaleza del blog es distinta y aquí podemos compartir quizás menos imágenes pero más relatos. Después de todo, el Merendero está lleno de relatos porque tiene historia y sobre todo tiene historias. 

Ya hemos contado cómo surge por iniciativa vecinal un merendero en Va. Amancay, Glew. La provincia de Buenos Aires puede dar cuenta de miles de estos espacios surgidos en plena crisis y que, con el correr de los tiempos y los cambios en políticas a nivel macro (tanto local, como nacional o regional), se institucionalizan o desaparecen, en mayor o menor contacto con otras organizaciones o con el mismo Estado. El Merendero es parte de esta macro-historia y, como todos los espacios (siempre construidos por personas y sus prácticas), tiene también cada historia, de todos los que formamos parte de esos lugares. Así podemos hablar de las familias, de sus trayectorias; podemos hablar de los militantes, que por distintos motivos vamos llegando a este sitio y a este proyecto; podemos hablar de los que ya no están o de los que no volvieron nunca; podemos hablar de los cambios en las relaciones con otros actores por fuera del Merendero. Todas trayectorias, al fin de cuentas, muy dispares pero que tienen algo en común: de alguna manera, se llega al Merendero. Es entonces ese encuentro del que proponemos hablar hoy, en este domingo nublado y por llover. 

El Merendero tiene una dinámica de identidad propia. Se distingue en parte de otros espacios del barrio en que está (mismo de las casas de los vecinos) pero jamás puede separarse: está en un lugar, se territorializa en un espacio determinado, atravesado por la historia de los vecinos que como pudieron fueron armando sus casas, a veces más precarias, a veces más armadas, siempre la casa propia. Allí se trabaja. Pero ¿con quiénes? Pues bien, el Merendero fue levantado palmo a palmo por los adultos del barrio y sin embargo la vida que tiene no puede pensarse sin otro actor: los chicos. Y tampoco puede pensarse sin los militantes que lo animan. Porque en sí misma su estructura no habla: nosotros, los que formamos parte y lo defendemos (y lo queremos) somos quienes lo hacemos hablar. El Merendero sin embargo dice algo en su impacto visual: hecho de madera, chapa y material, es la expresión de cómo se fueron armando las construcciones en estos barrios de las afueras de los centros conurbanos. Pero a su vez, tiene fotos, colores, flores de papel, pintadas con témpera, cronogramas alegres, reuniones anunciadas, talleres, un cartel de los derechos humanos...ahí, en esas huellas se expresan otras construcciones: no sólo la de los barrios de la provincia, sino también la militancia política de grupos pequeños, aún en plena armazón, con ideas y convicciones y con trazos infantiles, principales actores que hacen a la estética propia del Merendero. Ese encuentro entre militantes y niños y vecinos de a poco fue cobrando una manera de ser. Los militantes, capitalinos, llegan cada sábado y proponen actividades pensadas para chicos. La respuesta de los chicos es más que una respuesta: son agentes activos en el Merendero, con preguntas e ideas, con sus propias vivencias. Los adultos no aparecen, salvo contados casos. Y esa dinámica de trabajo entonces nos lleva a preguntarnos por su génesis y sobre todo por lo que vendrá: qué queremos hacer de ese encuentro. Por supuesto que los lugares se construyen estando en ellos, pero no podemos dejar de pensar que toda presencia demarca una ausencia. El merendero se construye hoy por hoy por los militantes y los niños, y es por lo tanto menester que se empiece a pensar la niñez de una manera integral (que incluye por supuesto a otros actores, que aquí llamamos "adultos"). La óptica de crecimiento, luego de seis años de trabajo ininterrumpido, es que son los chicos los que en verdad aprendieron a querer el lugar por lo que en ese lugar se puede ser/hacer. Es un espacio que propone un diálogo (de ahí la idea de encuentro), pero un diálogo que sea desde el afecto y la construcción de equipos. Porque eso es lo que somos, después de todo. Un equipo en constante autoanálisis. Son los chicos los que vuelven en busca de esa palabra no-violenta que se lucha por instaurar como cotidianeidad, con todo lo que eso implica. Lamentablemente, muchos vecinos del barrio no brindan su apoyo. Sin embargo, esa ausencia tiene que ayudarnos a pensar el  lugar de los niños en el barrio (y el nuestro propio, obviamente). ¿Qué es ser niño en Va. Amancay? ¿Siempre fue así? ¿Lo es en otros sitios? ¿Qué es la niñez? ¿La nuestra fue así? Todas estas preguntas, a las que se llega después de años de trabajo y muchas charlas y lecturas, son las que se quieren proponer hoy como puntapié no sólo para revitalizar un blog sino como bandera que nos guíe o como una suerte de faro. Aquí la hipótesis: el no-lugar o la invisibilidad de los niños en muchos aspectos en el barrio son las causales de las ausencias en el Merendero.

Son épocas de pensar, se nos viene el verano, siempre prometedor y también problemático (todos queremos descansar). Son épocas en que los encuentros existen y ya son obvios pero que necesitan pensarse en su continuidad: ¿qué pasa después del encuentro? ¿Cómo se sigue, si después del encuentro ya no somos los mismos? 

Esperamos no haber abrumado, pero fue necesario sentarse a escribir un poco, después de todo, escribir es una manera de habitar, incluso en esto que algunos llaman no-lugar para ponerle un mote a la web, y que desde aquí encontramos también como un espacio (virtual, pero espacio al fin) del encuentro. Esperemos que esa virtualidad nos ayude para pensar y seguir construyendo otro espacio como es el Merendero y que éste no se convierta en un no-lugar, sino, todo lo contrario, que sea muchos lugares: el lugar del encuentro.