lunes, 20 de octubre de 2014

Y siguen los mismos muertos

Primero cabe aclarar que este escrito nace del momento. Es decir, la tristeza y la bronca que nos genera saber que falleció un chico del barrio donde militamos hace siete años. Un barrio en el que aprendimos muchas cosas y conocimos muchísimas personas con las que compartirlas. Falleció un chico de 16 años, que acababa de tener un hijo. Un chico devenido padre, tan tempranamente, tan fuera de lugar y tiempo y a su vez, una pincelada de los barrios populares de Buenos Aires: padres adolescentes, hijos de padres adolescentes que no pueden elegir cuándo tener un hijo, que siguen teniendo un "destino" en el siglo XXI y que nada tiene que ver con acceder o no a un medio anticonceptivo; los padres adolescentes se hallan en medio de una matriz cultural que parece seguir recreándose. Falleció un chico por algo que en el inicio fue una infección en el oído pero que fue agravándose en parte por la falta de contención, en parte por la falta de recursos, en parte por todas esas faltas que suelen señalarse en este tipo de barrios y en las personas que viven en esos barrios. Personas con nombres, con hermanos y hermanas, con novios y novias. Hoy nos enteramos de la muerte de este adolescente. Y pensamos que no es tanto por qué murió en términos médicos; sino saber que Tai (así se llamaba) murió porque era un pibe pobre (y no un "pobre pibe") del conurbano bonaerense. Porque ese barrio que es un poco nuestro también no tiene las condiciones materiales mínimas ni un hospital cerca ni el trato que tenemos los que vivimos dentro de la esfera variopinta de la "clase media" (y ni menciono a las clases más pudientes). Puede ser que no todos los chicos acaben de igual manera, ni que la matriz cultural mencionada sea finalmente determinante. Pero sí es cierto que así como Tai, podemos pensar en otras historias de descuidos, de abandonos por todas partes y en todos los sentidos, podemos hablar de tristeza; en una palabra, podemos hablar de violencia. Y también mencioné la palabra "bronca" porque después de tantos años de militancia y finalmente pensando que estamos en 2014, hay todavía un pibe que se muere por ser de clase baja, por ser de la provincia, por no tener recursos, y todas esas carencias que odio enumerar (porque todos estos chicos también valen por lo positivo, y no sólo por ese "no"). Tai se murió porque no tuvo un dónde, ni un quién ni un cómo. Los medios, materiales y humanos, no estuvieron allí, ni nosotros como militantes pudimos llegar a ver ese problema o actuar en su defecto. La bronca además sobreviene por pensar que quizá no había un mejor "destino" o "futuro" (que es más abierto y no está escrito en piedra). Porque si salía de la meningitis, si salía del hospital para ir a su casa y que nadie pueda cuidarlo, si salía para a los 16 hacerse cargo de la vida de un niño (siéndolo él también), si salía del coma en el que estuvo con un retraso o paralítico, ¿qué vida le esperaba? Sé que no tenemos la bola de cristal, pero sí tenemos las experiencias de todos los pibes que conocemos y conocimos en este barrio. Y la ecuación no siempre se resuelve positivamente. Entonces cómo puede ser que la muerte sea una salida para un chico del conurbano, más que la propia vida. Para un pibe pobre o para cualquier persona que no tuvo demasiadas opciones, aunque las haya buscado. Uno busca siempre los procesos creativos incluso en el momento más oscuro o en la visión menos determinista de los fenómenos sociales. Pero Tai es parte de un fenómeno social que nos lleva, sobre todo a pocas horas de conocer la noticia, a tratar de entender esta tristeza y esta bronca como un sufrimiento social que no le pasa sólo a una familia, en una casa, en una calle. Le ha pasado al barrio, a toda esa banda de chicos que viven allí y a todos los que militamos. Y como este barrio y esta agrupación y estos adolescentes hay miles, millones, no sólo aquí, en todas partes. Ese sufrimiento es social, nace en las clases populares y se orquesta desde esferas que no imaginamos desde hace años, como parte de un consciente-inconsciente colectivo. Le pongo un nombre porque lo conocí; hablo en general porque no es el único. Quizá sea un poco duro este escrito, pero es más bien una catársis que me surge como militante territorial que repiensa la relación niñez-territorio. Un niño en Glew, en un barrio en Villa Amancay. Un chico que tuvo un hijo cuando debería estar divirtiéndose con sus amigos en una escuela. Una persona que no pudo elegir. Esta bronca tiene que seguir organizándose, escribiéndose, pensándose. ¿Dónde están esos muertos? ¿De dónde son y por qué mueren? ¿Cómo llegaron a donde llegaron? ¿Con quién (sin quién)? Pero lo más importante, ¿qué nos dejan? Y así hay que quedarse pensando. En estos mismos muertos de siempre que además son siempre distintos (nombres, lugares, edades, amigos, sentimientos, cuadros de fútbol). Hay que quedarse pensando en aquello que nos dejan. Porque con eso mismo tenemos que seguir trabajando.