domingo, 29 de junio de 2014

Solo ya no quiero navegar

Los equipos se construyen, se hacen. Primero nos conocemos, nos miramos un poco, nos escuchamos. Hay peleas, hay competencia. Primero hay un poco más de "yo" quizá y un poco menos de "nosotros". Ese pasaje, tan dificultoso, de poder estar-con-el-otro no tiene una sola forma, no tiene un solo proceso. Se empieza por algo simple, se empieza reconociéndose, recordándose, repitiendo una formación o un grupo de trabajo. Parece forzado, al principio sobre todo, pero luego se empieza uno a acostumbrar a que tal o cual le dé una mano, le ponga un hombro, lo trate bien, lo invite a compartir algo.Nace el afecto, la compañía deseada y hasta el extrañamiento cuando alguno no viene o falta. Esa construcción, con múltiples posibilidades y a veces incierto final, es la que prima siempre como objetivo del merendero. ¿Por qué retomar hoy este tema? Pues bien, el puntapié puede parecer desde banal hasta controvertido: el Mundial Brasil 2014. Pero ¿no es acaso el fútbol un juego colectivo? ¿El deporte en equipo por excelencia que elegimos muchos argentinos? En el barrio hay pelota, hay canchita, hay equipos desparejos o de ocasión, hay gambeta. Nos falta quizá pensarlo de manera más orgánica o integral, pero el fútbol siempre estuvo: antes de que llegáramos a militar a Villa Amancay, y mucho después de que nosotros ya nos hayamos ido. En esta recuperación de "leer el mundo" que propone Freire, el fútbol jamás podrá quedarse por fuera. Es parte de nuestro universo de referencia y con él podemos hacer algo. Por más de que jamás neguemos que hay algo de infierno en el Mundial: no todo es cielo. Sin embargo, de ese mega mundo que es la organización de un mundial en un país latinoamericano, nosotros nos quedamos con el juego colectivo en este escrito. Será otra la oportunidad (como lo es en el barrio) en la que se problematice ese otro eje posible, es decir, el lado oscuro de las competencias de alto vuelo, que ponen en juego relaciones de poder mezcladas con pasiones callejeras.



El fútbol, como todo deporte en equipo, requiere eso mismo: UN EQUIPO. No un grupo de jugadores sino un verdadero colectivo. Ese momento en el que modificar un término del sistema cambia todo el conjunto. ¿Cómo se construye esa constelación en un grupo de chicos, de variada edad y competencia deportiva? Lo importante es entender, sentir que si el otro no prospera, yo tampoco puedo hacerlo. Que no puedo soltarle la mano en un juego de enredados a mi compañero, por ejemplo, porque en ese momento mismo también me estoy soltando la mano a mí mismo. Es importante saber que no puedo hacer una pirámide humana en solitario y que sin coordinación no se puede atravesar a tientas un campo de minas, por hacer algunas referencias a los juegos de equipo que ayer se implementaron en el Merendero. También es cierto que la prédica eficiente  no es solamente una charla: es el ejemplo. De alguna manera, aprendimos los militantes a ser compañeros, con falencias (porque siempre hay algo para mejorar) pero sin soltarnos ni siquiera cuando los nudos parecían imposibles de desatar. Y muchas veces, un elemento fundamental para aprender es la falla. Al principio el equipo puede no funcionar y uno tiene dos posibilidades: dejarlo pasar o charlarlo, apuntalarlo y pensar por qué no se cumplió el objetivo. Esa construcción, que sirve tanto para un grupo de chicos en un merendero del conurbano bonaerense como para el seleccionado argentino de fútbol, es la que a través del deporte queremos lograr. Ese poema que según el escritor uruguayo Eduardo Galeano es el más corto de la literatura  universal, "Me, We", de Muhammad Alí, es lo que pone en evidencia o sintetiza todos nuestros esmeros. Llevará tiempo, frustración, cansancio. Tomará muchos sábados y esfuerzo y energía. Pero ese momento en el que confío en el que tengo al lado, me subo  a su espalda y formo la pirámide humana, vale todas esas sillas en el camino. El festejo colectivo también lo demuestra, las ganas de salir de la cancha abrazando al otro jugador también lo evidencia. La victoria se comparte porque el juego es colectivo. Y en ese mar nos hemos embarcado, queriendo a fin de mes comenzar a armar el equipo de fútbol del Merendero, que llegará hasta donde podamos llevarnos. Mientras tanto pensamos en esa frase "hay equipo" y la cambiamos por "equipo en construcción". Porque como dice el poeta Benedetti, amar sin nadie es muy triste. Pero amar con alguien genera la proclama opuesta: "¡vaya cosa buena!". Y así nos sentimos los que ayer continuamos el taller mundialista y arrancamos con los primeros juegos en equipo que orientaran la actividad por un tiempo. Para que podamos decir finalmente que en esta lucha y en esta militancia y en este proyecto pedagógico y político que llevamos adelante, codo a codo, somos mucho más que dos.