sábado, 26 de agosto de 2017

Tropel de viejas novedades

Terroristas, usurpadores, k, kurdos, guerrilleros, usureros, punteros, violentos. Jorge Lanata se dedicó a bastardear al pueblo mapuche en su columna de hoy en el diario Clarín (https://www.clarin.com/opinion/grupo-militantes-sensibles-toda-cuota-violencia_0_BkUu1ER_Z.html). El periodista se otorga a sí mismo el poder de decidir quién es quién: si un pueblo es o no indígena (aunque él usa despectivamente el término "indio"). Si la empatía de la clase media con el caso de Santiago Maldonado (aún desparecido) es o no real o es simplemente un lavadero de culpas. Si los militantes son realmente personas comprometidas (¡militantes de pelo enrulado!) o simplemente personas sensibles (por supuesto, Jorge, que los militantes somos sensibles: tenemos sensibilidad social). 
Jorge Lanata se yergue ante todos nosotros  y compara al pueblo mapuche (oriundo de Mapucheland) con ISIS y las FARC. Y a su vez iguala a ambos movimientos. Jorge Lanata se transforma en un secador de ropa que mezcla todas las prendas para sacar algo, ese líquido sucio que deja el pequeño Kohinoor al terminar el secado. Ese "algo" que obtiene Jorge y vomita en esa nota es su odio. Un odio que destila por su cuerpo y sus palabras. La nota de Jorge Lanata es un hilado de mentiras bárbaras. Mezcla tópicos que cualquier cientista social sabe que no han de equipararse así, a la ligera. Brinda "datos" (Jorge, los datos se construyen) que manipula más allá de todo límite ético y piensa que con eso puede justificar (o distraernos al menos de) la desaparición de Santiago Maldonado. Nos advierte Jorge: los mapuche son peligrosos, no son esos salvajes nobles que le atribuyen a la invención de Rousseau.  Volvemos a los indios macabros de las postreras crónicas de aquellos europeos que saquearon lo que ahora es América. Siempre hubo tradiciones que demonizaron a los pueblos originarios de este continente (así como hubo otras que los romantizaron). Jorge vuelve con una batería de viejos (no) argumentos del odio. Como ser, que los mapuche ni siquiera son argentinos, porque son chilenos. O porque ni siquiera se sabe de dónde vienen, pero comparten esa cordillera de la "droga". Son violentos usurpadores separatistas. Jorge toma todos los mitos y los mezcla en un licuado sin contenido real. Es un licuado de humo. Y en esa humareda hay un nombre (porque sin nombre no se puede ser eficaz a la hora de crear un enemigo interno): Jones Huala, el ideólogo. Jorge pone todas las tácticas en esta nota, las usa juntas a todas las que pueden existir para ya no discriminar: directamente torna a los mapuche en una especie de banda delicuente ponebombas. ¡Destruyen La Trochita! Son prácticamente montoneros, en esa versión que usa la derecha rancia para "describir" a Montoneros. 
Un episodio: cuando secuestraron a las monjas francesas los militares en los 70, les colocaron detrás una bandera con los símbolos de Montoneros e hicieron circular esas fotos para que la población creyera que había sido esa organización y no el Estado quien había secuestrado a las religiosas. Jorge hace eso: utiliza cuanto símbolo puede para desprestigiar una lucha y tapar la verdad -que el Estado desapareció en democracia a Santiago Maldonado. Pero, querido Jorge, ¿sabés en tu infinita ignorancia qué omitís? El detalle de los que resisten y miran y saben mirar. Cuando los militares hicieron ese montaje con la bandera, acudieron a un detenido secuestrado de la organizacón para hacer el dibujo. A un militante con rulos, al decir tuyo, Jorge. Y ese militante, a quien creían roto, fue más inteligente que toda la maquinaria de odio y muerte que lo había chupado. Dibujó el símbolo de Montoneros distorsionado. Entonces cuando las fotos fueron publicadas y hechas circular, los compañeros, los luchadores, supieron. Supieron. Los militares habían sido los secuestradores. La resistencia se hizo carne y símbolo en la imagen: el símbolo mal hecho fue el punctum del que habla Roland Barthes. Fue ese gesto de sublevación casi sutil (porque para muchos fue obvio), el gesto sublevado. Y sublevador. Cuando Patricia Bullrich, a pesar de ella misma, se equivoca en su declaración y conjuga ese verbo que la delata ("los que quieren encontrar a Santiago y los que no queremos"), vuelve a pintar mal el símbolo (aunque aquí fue inconsciente). La verdad irrumpe en el gesto mínimo, casi imperceptible y a su vez vital y total. Una derecha sin duda desprolija, que no observa, ni escucha, a pesar del marketing del timbreo que acerca a los políticos hacia la gente común.
Jorge querido, nosotros también somos lectores de sutilezas. Pero en tu nota ni siquiera existe una cosa tal. Porque es burda. Como vos mismo en este momento, como tu programa. Tu prestigio, que es posible que para algunos aún te recubra, se desmorona en esa nota vulgar. Tu nota es una mentira total y los que sabemos cómo fueron los procesos de recuperación identitaria de los pueblos originarios de nuestro territorio reconocemos la mentira y la denunciamos. Ser mapuche hoy no es ser mapuche hace 300 años. Pero tu visión estática de la identidad y la vida social te impide ver paradójicamente. Y aquí soy bondadosa, porque en el fondo creo que son los billetes y tu odio (ese que se alimenta solo, sin dinero siquiera) los que no te permiten ver otra cosa más  allá del grueso marco de tus anteojos. Hoy no alcanza esa nota para cegarnos a nosotros que nos preguntamos ávidamente, con sed de justicia cotidiana y definitiva, dónde está Santiago. Ya no te pido nada, Jorge. Pero tampoco te otorgo nada. Desde hoy, ante esa nota que publicaste en Clarín, te has convertido (quizá para siempre) en una rata miserable (porque sólo los hombres miserables son culpables de semejante miseria, como reza la canción). El enemigo no es el pueblo mapuche, el enemigo es este odio que destilás y publicás en el diario que está manchado de sangre desde los 70. El enemigo es ese odio, ese odiar tuyo, que como escribió Pablo Ramos es tomar veneno y sentarse a esperar que el otro se muera. Pues, vaya, no funciona. Porque los pueblos nunca mueren, Jorge. Los pueblos tenemos pulsión de vida. Y basta sólo ese resto de luz, que a veces parece tenue, para destruir tanta oscuridad.