viernes, 1 de septiembre de 2017

De trazos y borrones

¿Qué es político y qué no lo es? Límites complejos. Y la pregunta que tapa la otra: si me pregunto si está bien charlar sobre la desaparición de Santiago Maldonado en las escuelas con los pibes entonces me dejo de preguntar lo urgente -dónde está Santiago.  Sin embargo, más allá de que ahora lo que importa es su aparición con vida (lo primordial, lo que nos quema en las manos y en las consciencias), hay que dar el debate que Los Pibes del Ombú nos damos hace mucho. El debate por comprender ya no la política sino lo político. La desaparición forzada de una persona lo es, y en este caso lamentablemente se vuelve accionar estatal. Construir y pensar la historia en el colegio (el pasado no tan pasado y el presente) también es político. Pero, y quizá aquí esté la revelación para muchos, decidir no abordarlo también es político. Los temas que una sociedad escoge ocultar son parte de un olvido colectivo, social y a veces oficial (a veces no únicamente). Y no existe solamente la dimensión personal o subjetiva al recordar u olvidar algunos eventos: la sociedad entera se ve involucrada. Los discursos domésticos se nutren de todo lo que ocurre afuera de casa, se nutren de lo que se ve en las pantallas o se escucha en la radio o se postea en las redes sociales o se lee en el diario. No hay, tampoco, nada inocente. La palabra elegida es "adoctrinamiento". O una que es aún más odiosa: politizar. La desaparición de una persona (¡por razones políticas!) ES política. No hay manera de no politizar el evento, el relato, la información. ¿Esto es adoctrinar? Me pregunto, nos preguntamos, cuántos de los que esgrimen ese no-argumento envían a sus hijos a colegios religiosos. ¿Acaso eso no es una doctrina? Pero entonces el problema no está en "adoctrinar" sino en qué doctrina se elige. Una aprobada, la otra rechazada. Y en este caso hablamos de una muy evidente (innegable la de las escuelas católicas). Pero hay otras enseñanzas escolares que son eminentemente políticas y sin embargo se invisibiliza esa dimensión. Cuando se decidió cambiar la idea de "descubrir América" por la de "conquista" fue por motivos políticos y de construcción de memoria social. La escuela en sí misma es un dispositivo de disciplina social además de ser un espacio de aprendizaje y por lo tanto los valores y modelos que en ella se enarbolen serán decisiones de las sociedades y los gobiernos que habiten y construyan esas escuelas. No hay nada de natural ni de apolítico en una institución que ayuda a moldear la idea de "ciudadanía" o de "nación". Porque la nación es en sí misma una comunidad que se ha construido, se ha forzado, se ha internalizado hasta parecer natural. Pero no lo es, porque no hay nada que diga que la Argentina tiene que tener los límites que tiene y que entonces Asunción es una ciudad de Paraguay y no de Formosa.No hay nada en los accidentes geográficos que demande esa división (aunque se tengan en cuenta para establecer un límite). Construimos la nación políticamente: con símbolos, con tradiciones, con estandartes y banderas, con pasiones y también con guerras y despojos. Hay que renovar ese contrato de pertenecer a esta identidad colectiva, hoy quizá más "latinoamericanizada" que antes, porque a veces cuesta ver qué hay de "común". Yo, siendo de Buenos Aires, he sentido más cercanía con personas de mi edad de países europeos que con personas de mi edad de alguna provincia del NOA. Porque cuando viajé a ciudades que me hacían pensar en Buenos Aires (más allá del lenguaje y el continente) me sentí más interpelada que al viajar a un pueblo en Antofagasta de las Sierras. Ahí uno se da cuenta de que no hay nada de natural ni dado en "ser argentino". Los rituales son los que renuevan esos lazos. Y todo este proceso se construye en la escuela y sus discursos. Entonces, qué es realmente no político dentro de la escuela. La respuesta es simple: NADA. La negación a hacer evidentes los discursos que circulan en los espacios es simplemente la herencia de una dictadura feroz, de un disciplinamiento de derecha y mortal que aún nos aqueja. La memoria, que para muchos era intocable después de un gobierno kirchnerista que la enarboló como bandera de estado, es un ejercicio constante. Este gobierno, el actual, el que niega pruebas contundentes y desprecia a Santiago que sigue sin aparecer, tiene un historial de construcción de olvido. Cuando habla de los derechos humanos como si fueran "curros" o recupera palabras y técnicas propias de la última dictadura (como tratar al pueblo mapuche de "terrorista") está interviniendo activamente en la memoria colectiva. Pero hoy la sociedad salió a reafirmar lo construido durante tantos años. Una canción española dice que la vida son dos trazos y un borrón. A este "borrón" al que Cambiemos quiere someternos salimos a enfrentarlo con trazos. Trazos concretos que hoy se materializan en carteles y estampas con la mirada profunda de Santiago Maldonado, desaparecido y negado, militante vilipendiado (como es costumbre de este gobierno que pregona "el voluntarismo"), hoy sinónimo de épocas siniestras de la historia argentina. A este borrón manchado de sangre y complicidades atroces que cambian futuro por pasado el pueblo en alza le está oponiendo sus trazos de resistencia, en las huellas de las fotos de los que aún no aparecen; en las huellas de aquéllos que fueron damnificados por las medidas retrógadas del presidente actual; en las huellas y las pisadas de los que defienden el laburo, la producción nacional, el derecho a la casa propia y a la educación gratuita y popular. Los trazos que hoy están en la Plaza preguntándose ya no si está bien o mal hablar de Santiago sino DÓNDE ESTÁ SANTIAGO MALDONADO son la política en movimiento. Son lo político en expresión plena. Son la visibilización de lo que los medios monopólicos quieren ocultar. En definitiva, a ese "borrón" que es el olvido promovido por funcionarios cuyos apellidos están manchados de sangre desde hace siglos, los trazos lo confrontan apuntalando la memoria para que prime la justicia. Y eso es y será siempre político