miércoles, 11 de febrero de 2015

Rituales vivos

Y el que está arriba
irá abajo
no va a quedar ni uno suelto 


Febrero. Carnaval y murga en Buenos Aires, en Gualeguaychú, en Montevideo, en San Pablo. En muchas ciudades. El Merendero decide también festejarlo. ¿Qué es el carnaval? ¿Qué es carnavalizar? Subvertir roles, reírnos de los estamentos sociales, y hacer como en esa canción que canta Serrat: por una noche se olvidó que cada uno es cada cual. Nos vestimos de personas que no somos, nos disfrazamos como criaturas extrañas o al menos distintas, bailamos, nos maquillamos, nos hacemos máscaras, nos tocamos con el de al lado al invitarlo a danzar. El carnaval en el Merendero dura un mes, ni más ni menos, pero la experiencia que se construye está más allá de este breve tiempo. Porque viene de antes y sigue después. 

Elegimos la historia de ese murguista de Jaime Roos que se enamora a primera vista de esa princesa perdida en la multitud del corso uruguayo. Pero ella no lo registra y se pierde entre la gente. Hasta ahí una historia de amor frustrado un verano de carnaval. ¿Cómo seguimos? Pues resulta que le damos una vuelta de tuerca (porque eso tratamos de hacer en el Merendero y de eso se trata también el carnaval): el murguista no tuvo suerte porque no sabía danzar. No podía bailar e invitar a la princesita al movimiento. Entonces aparece esa figura carnavalesca: el diablo. Aquí no hay nada religioso (a menos que tomemos la idea de religare, como esa vuelta a cierto lazo social). El diablo que le enseña a este murguero a bailar. Y así se convierte (siempre hay algo de cuento de hada que no podemos erradicar) en esa figura tradicional que tiene raíces griegas y no sabemos si es un dios o un rey o si hay alguna diferencia: Momo. Pero el dios Momo no está solo, porque no se puede hacer nada desde la soledad. Tiene su ejército de húsares endiablados, pequeños bailarines de todas las edades y colores: los pibes del Merendero. Y así vamos entrando todos en escena, esa gran escena que montaremos en febrero. Porque a fin de cuentas, vamos a contar una historia, vamos a actuar una historia de carnaval, con carnaval (con su música y su estética y su tiempo) y también por el carnaval. Vamos a inventarnos personajes, tomando lo que ya existe (una canción, una figura, una fiesta) y mezclándolo con lo que queramos, con lo que creemos y lo que salga al final. El cocoliche, después de todo, también es un poco murguero y también es un poco típico del Merendero (zona de encuentro por excelencia, de personas y geografías y costumbres y vidas). 


Las organizaciones sociales se van reinventando y nutriendo de experiencias de otros colectivos. En general, dependiendo del tipo de organización, se pueden encontrar itinerarios sociales similares aunque entre esos espacios no haya una conexión directa. Hay formas de hacer política que se parecen porque las iniciativas son parecidas y porque hay cierta semejanza en la conformación de los grupos militantes. ¿Qué organización no ha pensado, sobre todo si el trabajo es de niñez y territorio, en hacer una pequeña murga? ¿bailar disfrazados coordinando la más posible sus movimientos amateurs? No es extraño que compartiendo enlaces, compartiendo vivencias (online y offline) se produzcan estos cruces similares. La murga y el carnaval no tienen dueño, pero nosotros nos adueñamos de sus formas y colores y hacemos algo nuevo. Eso sí, siempre con alegría, con trabajo conjunto, planificado. El rey Momo jamás podría conseguir nada si estuviese solo, pero tampoco podría hacerlo si estuviera triste. 

Hace tres meses que este espacio virtual no se tocaba, y eso se vincula un poco a los ritmos que el propio merendero tiene. El último mes fue de ordenamiento y limpieza. Y aunque el orden del espacio es fundamental también es cierto que no puede ser una actividad de cada sábado porque ninguna reflexión nace de esa situación en particular. Y la práctica del Merendero necesita su "teoría". Necesita su parte reflexiva porque si no, tampoco hay práctica, o no al menos la que creemos que merecemos y podemos realmente producir. Pero se vuelve ahora que hay un taller concreto, cargado de experiencias (¿quién no tiene su aproximación a la murga personal?). Por otro lado, este año tenemos los feriados de carnaval, con lo cual su notoriedad cobra aún más relevancia o es al menos imposible de evadir. Otra lucha social de las murgas, otro reclamo, otra manera también de pensar la política. Para todos aquellos que desestiman el corso y su poder, ¿por qué la dictadura le habrá quitado sus feriados, aparentemente inocentes, tan sólo festivos? Las fiestas son rituales. Los rituales son parte de la cultura. Y no hay cultura que no sea política o que no la toque directamente en su propia forma, en su forma íntima. Y hay rituales muertos, pero hay otro bien vivos. El Merendero retoma este ritual del dios Momo, tiene su propio tablado y su propia princesa y su propio murguista. O acaso, muchas princesas y muchos murguistas. Nos disfrazaremos en febrero y más aún: prepararemos el disfraz. No hay nada de improvisado en esta fiesta. Pero tampoco deja de ser un evento lúdico. Después de todo, siempre hay algo de juego, siempre hay reglas y siempre hay dados que tirar, casilleros que avanzar y metas a las que llegar. Porque la murga es también una canción de Jaime Roos: iluminando el pasado, desafiando al futuro, denunciando al presente con un simple disfraz. Volvemos al ruedo virtual después de varios meses bajo la tierra y volvemos al ruedo ritual de la murga. Y así los que están arriba van abajo y los de abajo arriba, y así mezclados arrancamos este mes, a través del carnaval de los pibes de Glew.