martes, 1 de abril de 2014

Pasos de gigantes

Hasta hace unos años, el merendero Los Pibes del Ombú realizaba una tarea aparentemente aislada y de apoyo escolar o recreativo con chicos de un barrio específico del conurbano. Éramos pocos a su vez los que íbamos a trabajar y aún muy jóvenes, recién empezando con todo en general: carreras, trabajos, experiencias políticas. Sin embargo, en el último tiempo (poco más de un año, quizá dos), los debates se ampliaron y también los horizontes, en todos los sentidos: creció el equipo, con gente de diversa trayectoria después de mucho tiempo de un plantel endogámico; crecimos en edad todos los que asistíamos, habiendo avanzado en nuestros estudios y habiendo crecido profesionalmente en muchos casos; crecieron los chicos del barrio Amancay, con los que hoy nos relacionamos de otra manera; crecieron no tanto las metas sino el trabajo para conseguir ciertas metas y la organización para que las mismas no sean una utopía sino algo alcanzable; nos relacionamos con otros espacios locales, muy lentamente, para entender que somos parte de algo mucho más grande que el Merendero de la calle San Martín. A donde se llegó casi por casualidad (aunque tampoco tan así), ahora hay planificación, consciencia, trabajo colectivo que ya dio frutos y una incipiente entrada a la red militante de la zona. Poder hablar con esos otros colectivos locales nos permite ver que la historia se repite: escuchar a la referente de un espacio contar cosas que vivimos sin siquiera habernos cruzado por la calle nos da a entender que nosotros somos parte de la Historia con nuestras historias, que son las de los militantes y las de los pibes que vivien en el barrio. Y entonces se comprende que no es que la historia "se repita": nos damos cuenta de que somos una expresión singular de un fenómeno general. Porque caminando las calles que rodean otros merenderos cercanos podemos darnos cuenta de lo parecido que son esos barrios, esos chicos (algunos más descuidados que otros), esos padres ausentes, los pocos vecinos que hacen la leche, el esfuerzo por conseguir una cocina o una garrafa y la frustración de alguna que otra entradera que acaba con el robo del equipo, esas tazas de plástico de colores y la bendita chocolatada nuestra de cada sábado, esos sábados mismos. Encontrar que la historia de uno es la historia de tantos otros chicos, que probablemente tengan sus experiencias particulares, pero que sin embargo se inscriben con nosotros en un escenario y un tiempo que marca su propio andar político. No hay una sola manera de definir la política, pero no nos digan que no es curioso que gente de diferentes lugares caiga en un mismo sitio y comparta las mismas experiencias o al menos experiencias similares. Ver tu propio camino en el camino de un extraño te hace entender que ni tu camino es único ni que ese extraño lo sea tanto. Sentirse parte de esa realidad nos lleva a ampliar no sólo el objetivo del trabajo sino incluso el gesto más chiquito de publicar otro tipo de noticias en una página de facebook. De la foto de cada sábado al repudio de la muerte de David. Entender que los chicos  que vienen cada sábado al merendero no vienen de casualidad, aunque después nuestra relación tenga su propio matiz. Abrir los ojos es también un punto de llegada (y ni hablar de la partida que permite). Habría que ver por qué recién ahora, después de casi siete años de actividad, podemos permitirnos ir más allá de la manzana que ocupamos. Es necesario moverse para no estancarse. Es necesario entender que somos parte de una realidad social para combatir el individualismo del que nosotros mismos nos quejamos. Es necesario saber que uno no está solo para que los objetivos tengan mayor alcance. Ese momento en el que uno ingresa en el mundo de los movimientos sociales y de las expresiones políticas de un tiempo, de un lugar. Vamos teniendo capacidad de representarnos en una red más o menos vasta de la provincia de Buenos Aires. Con un pie que apenas se adelanta, pero que tiene que tomar un gran envión para dar el paso. Nos costó mucho llegar hasta acá. Pero en estas breves (y quizá torpes) palabras se quiso transmitir en todo caso esta nueva identidad que vamos construyendo. Quizá como el hijo de un desaparecido que en principio debe recuperar el propio nombre y saber quién es, para luego poder saber que es Hijo y que su ser mismo es parte de una realidad social que lo trasciende y que en él se hizo/hace carne. Nosotros hemos tenido que cambiar nuestra manera de llamarnos ("los chicos del Nacional". "los chicos del merendero", "los Pibes del Ombú") para poder llegar a saber que somos una organización, porque estamos organizados y porque formamos orgánicamente parte del entramado socio-político de la Zona Sur, de Almirante Brown, de Glew. Las historias entrando conscientemente en la Historia. Y estas palabras sólo querían plasmar ese crecimiento. 

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