lunes, 9 de marzo de 2015

Poéticas Políticas

Norbert Lechner dijo que la definición de lo que es la política es la lucha política misma. Un conductor radial argentino distingue la política en minúscula (sin menospreciarla) y la Política, con "p" grande. No es lo mismo hacer política desde un partido que desde un movimiento social. Y así podemos seguir, comprendiendo que existen formas de manifestación política diversas, respondiendo a distintas intenciones que animan esas "poéticas" y a distintos actores que las llevan a cabo y las actualizan. Una de nuestras luchas, aunque parezca mentira después de tantos años, es tratar de hacer entender (y quizá de convencernos, al menos de vez en cuando) de que "lo que realizamos" en el Merendero es efectivamente una manifestación política, es una forma que tiene la política territorial de manifestarse, es una poética de la política. No sólo porque nos comprometemos ideológica y corporalmente a hacer un cambio en las relaciones de poder, en nuestro caso desde un trabajo que apunta a los más chicos como disparador para abrirnos a una realidad barrial mucho más amplia; sino porque podemos encontrar que las prácticas que llevamos a cabo también se corporeizan en otros colectivos, en otros distritos, en otros tiempos y con otros actores. Militantes y agrupaciones con las que no compartimos una experiencia directa pero que al descubrirlos, encontramos recorridos similares, planes similares, problemáticas similares. Al principio uno se sorprende. ¿Cómo puede ser que en distintos planos, en distintos territorios pase lo mismo? ¿Que un Merendero en Zona Sur tenga problemas como los de una organización mucho más grande en Zona Oeste? ¿Cómo explicar esos impulsos afines que movilizan a militantes que viven en Tigre o San Fernando y a otros que trabajan en Almirante Brown, como nosotros? El conurbano bonaerense es muy amplio y variado, pero hay tejidos de relaciones de poder que se pueden equiparar. Por supuesto que Haedo no es lo mismo que Glew, para hablar de dos localidades que conocemos cómo funcionan. Y sin embargo, cuando uno tiene una charla, aunque sea informal, con un militante territorial (y si además trabaja en el mismo campo, como ser Niñez y Territorio, más aún), inmediatamente se encuentran las conexiones, las luchas compartidas, las formas. Estos lazos y reconocimientos en y con otros colectivos también nos ayudan a pensar nuestra identidad como agrupación militante. A entender que así como nosotros hay otras organizaciones más o menos cristalizadas que trabajan con chicos que a veces no tienen el derecho de ser niños, como muchos de nosotros sí pudimos tenerlo. Nuestra praxis es política porque además se inscribe en una cultura política, si se quiere de la que va con "p" chica. Tenemos un repertorio que se reconoce en otras organizaciones; tenemos objetivos que nos preceden y nos sucederán también; tenemos problemas que son una combinación de la coyuntura actual -porque es aquí y ahora nuestro lugar/tiempo de acción- y de asignaturas pendientes estructurales -porque todos nosotros somos parte de la Historia-. No existe sólo un merendero. Ni los chicos de Villa París son los únicos que sufren el embarazo adolescente o la deserción escolar o el trabajo infantil. Cada uno de esos focos de conflictos, gravísimos y de larga data, parecen un slogan que es ajeno a un taller de teatro que dura un mes o un taller de alfabetización de verano o un taller de voley que busca formar equipos. ¿Cómo se pueden aunar estos talleres que son recreativos con la vasta tarea de lograr que una chica de 15 no deje el colegio secundario y no se convierta en mamá a los 16? ¿Cómo lograr conjurar un partido de fútbol organizado con el trabajo y el abordaje que necesita el hecho de encontrarse con una familia de 15 hermanos y lograr que la subjetividad de cada pibe tenga su relevancia, su lugar y sea reconocida? Primero habrá que entender nuevamente la idea de "recreación". Luego habrá que entender que los métodos no se agotan en sí mismos ni son tampoco el "todo" de una organización social. Los talleres son un encuadre, donde se participa de acuerdo a quién es cada uno (y allí la unicidad de cada niño y su conocimiento), donde se establecen normas y reglas que intentan ser menos arbitrarias o al menos consensuadas. Encuadres en los que hay responsabilidades pero también hay disfrute: la base nunca partirá de otro punto que no sea que un niño es siempre un niño, que tiene derecho a jugar y educarse y no a tener a los 10 años que hacerse cargo de un hermanito de 3. 
Nuestro trabajo militante repiensa a los actores fundamentales que hacen al Merendero: los chicos. Construyó su identidad con ellos y descubrió un universo invisibilizado e inexplorado y por sobre todo, subestimado. Nosotros como militantes y adultos tenemos una responsabilidad social y política que en cada taller se disfraza de juego, de colores, de dibujos y cuentos. No elegimos cualquier actividad ni cualquier palabra. En esa elección o elecciones marcamos un rumbo ideológico y pedagógico, repensamos las relaciones adulto-niño y le damos forma a una identidad política, que tiene su especificidad (Villa París, desde 2008, en el merendero de la calle San Martín) y su pertenencia general a los movimientos sociales (merenderos que suelen nacer en 2001, que dan copa de leche y luego se ramifican hacia actividades culturales, que buscan una estabilidad legal y forman redes políticas locales, hacen una murga, una bandera y recortan su campo de acción hasta llegar a algo conciso y concreto, organizado). 
Este escrito nace hoy por una de tantas charlas entre compañeros, compartidas virtualmente o en un tren de vuelta después de un arduo día de trabajo. Y nace hoy porque nos han ofrecido escribir un breve artículo para una revista de circulación universitaria. Como siempre que eso ocurre, urge la necesidad de pensar quiénes somos y qué hacemos, por qué y con qué metodología. Ese eterno debate nos invita a re-pensarnos ya no sólo a los niños y sus derechos sino a nosotros mismos como militantes jóvenes comprometidos. Un ejercicio absolutamente bienvenido y que siempre apunta a algo que cada vez es más evidente: somos un colectivo político. Trabajamos con actividades culturales y recreativas porque entendemos que desde los juegos y las prácticas lúdicas podemos llegar a un horizonte de acción tanto más amplio y significativo, más aún en el marco de un trabajo con chicos y adolescentes. Esta poética política nuestra se disfraza de murga, de disfraza de cuento. Pero es el disfraz el que dice muchas cosas, porque elegimos una música popular de larga tradición de lucha y las palabras como "compañero", "equipo", "política", "militancia", "palabra", "organización", "alegría", "niñez", "colectivo". 
No hay una sola forma política y nuestra reflexión al respecto da cuenta de esa variedad de manifestaciones. Abogamos por una organización social que trabaja la problemática de los chicos en un barrio del conurbano bonaerense. Y nuestros métodos se acercan más a un taller artístico que a una organización gremial. Esa decisión, mezcla de la circunstancia y la elección propia, es absolutamente política. Y es además una lucha desde lo cotidiano y el gesto invisibilizado, mucho más difícil de distinguir  que una alianza electoral publicitada a toda pompa en la televisión..