lunes, 5 de mayo de 2014

Mundos inteligibles

Hace un mes, uno de nuestros compañeros reflexionaba sobre la educación, a la luz de su experiencia docente personal y el contexto en el cual se desempeña esa actividad. A su vez, entendemos que el proceso educativo no se reduce al aula: el aprendizaje o los aprendizajes se dan en múltiples escenarios y con variados actores. Por eso hoy, retomando una y otra vez la reflexión en torno a los modelos de educación que tenemos y queremos, volvemos a pensar uno de los múltiples aspectos que hacen a la pregunta por la educación y sus subsistemas. Hace dos sábados que empezó en el Merendero el taller de alfabetización para chicos de entre 4  y 6 años. Proponemos ahora, y en caliente, empezar a darle una vuelta de tuerca en este espacio virtual en particular a la actividad que nos convoca a algunos de nosotros en este momento del proyecto. 

Aprender a leer es un proceso complejo para cualquier persona. Enseñar a leer presenta esos mismos desafíos. Si hay algo que, al menos a nivel personal, le puedo atribuir a ese momento de enseñanza y aprendizaje conjuntos es el proceso de desnaturalización que implica ponerse en el lugar del otro, en este caso esos chicos que se empiezan a familiarizar de a poco con el mundo de la palabra escrita. Leer va más allá por supuesto de una oración en un libro: leer es volver el mundo inteligible, y en ese mundo muchas cosas se plasman en otros espacios que no son los libros. No partimos jamás de cero, y no todos llevamos luego el mismo ritmo. Estos sábados que pasaron nos demostraron lo difícil que resulta una tarea pedagógica tal como empezar a jugar con las palabras escritas, comprender la diferencia entre una letra y una palabra e incluso asociar esas letras en sílabas que al cambiar de lugar pueden dar paso a nuevas expresiones. Ponerse en el lugar de los chicos fue establecer un vínculo profundo de conocimiento e intimidad pero también fue darnos cuenta de que sólo a partir de haber establecido en todos estos años el vínculo que existe hoy es que puede ser efectiva y llegar a algún puerto nuestra propuesta de trabajo. Teniendo en cuenta, claro esta´, que además no somos alfabetizadores capacitados o maestros específicamente dedicados a este área. Es más, son los chicos, como en toda actividad docente, los que nos van marcando los caminos y construyen con nosotros el espacio en el cual se lleva adelante la tarea, teniendo ya nosotros una identidad propia: el mismo equipo que en el verano estuvo en el taller de literatura infantil. Aprender a leer no se da en cualquier contexto: aprendemos en una biblioteca, llena de libros que fuimos recogiendo de distintos sitios, armando de a poco, arreglando con paciencia. Aprendemos con personas que conocemos desde hace tiempo y con las que existe un afecto, lazo primordial que es la base de nuestro trabajo. Aprendemos con palabras que dicen algo de lo que hacemos o somos: un nombre (nuestro nombre), la palabra de un personaje en un cuento, la palabra en una anécdota cotidiana, o cualquier palabra de esas generadoras de las que hablaba Paulo Freire. Ese aprendizaje contextualizado no sólo rescata lo positivo que se construyó en estos años sino que comprende y analiza las cuestiones por las cuales llevamos a cabo nuestra tarea militante: el estado de los chicos, en este caso, en un barrio en un partido de la provincia de Buenos Aires. Muchos de ellos no tienen un espacio personal en sus casas, no tienen un libro o no tienen la atención de sus padres. Trabajamos en condiciones que a veces distan mucho de ser óptimas y en condiciones en las cuales los derechos de los chicos se ven invisibilizados por una mirada adulta que invisibiliza. Nuestra tarea no es sólo ayudar o dar la leche: nosotros tenemos una proclama política, como se ha dicho ya, que rescata a los niños como actores que sienten, toman decisiones, piensan, observan y hablan. Los chicos tienen discursos y esos discursos llegan a distintos lugares dependiendo de esos contextos más particulares y más generales también. No es lo mismo llevar a cabo una tarea como la de alfabetizar cuando en una familia se estimula a los chicos a acercarse a un libro, a valorar la ida a la escuela o a disfrutar el relato de un cuento. Eso no quiere decir que la tarea sea peor que en otros lugares y condiciones sociales, pero sin duda cada espacio requiere un aproximación distinta. El merendero, sin dejar de pertenecer jamás al barrio al que pertenece (el cual lo dota de sentido en tanto tal), también tiene una identidad que resalta, y que lucha muchas veces con ciertas modalidades propias del lugar en el que se emplaza. La educación en este contexto, fuera de la escuela pero sin poder jamás separarse de aquélla, también es parte de un debate que aborda elementos centrales del ser de nuestra sociedad. No es sólo la lucha docente en el plano de la lucha que se explicitó en el otro artículo: es la lucha docente que se inserta en contextos que pueden llamarse adversos. Aunque en todos ellos, como diría el poeta Edgar Bayley, haya una infinita riqueza abandonada. Este modelo de educación, que comparte muchas aristas con la educación formal dado que es también parte de nuestra formación, es el que tiene lugar en el merendero pero no como algo acabado sino que está en constante reformulación. 



Esta reflexión de domingo por la noche sólo quiere dejar plasmadas ciertas realidades que se nos presentan a los ojos cuando emprendemos la tarea enorme de aprender a leer con los chicos y de que ellos aprendan a leer con nosotros. Acercarse a la riqueza de la palabra en una poesía o en un pizarrón; al orgullo de poder escribir por primera vez el propio nombre en la propia lengua. Acercarse a un mundo que tiene mucho de imaginario y que requiere capacidad imaginativa, algo que a los chicos del merendero les sobra. Pero también es cierto que toda esa riqueza creativa necesita organizarse para llegar más lejos de lo que podría llegar, para abrir más puertas de las que ya hay abiertas, para poder encausar esa energía que tienen todos los chicos, que vuelven sábado a sábado al merendero, porque al igual que nosotros encontraron un lugar de pertenencia, que tal vez no tengan en otros ámbitos cotidianos. Leyendo ponemos en ciertas palabras el mundo del merendero. Palabras que tienen que ver con la alegría y el afecto pero también con el pensamiento crítico y el trabajo colectivo. Las palabras que nacen y crecen en la poesía del merendero tienen el color y la firma de todos los chicos y de los militantes que construyen ese espacio desde hace años, más allá de toda mirada invisibilizadora. Leer abre los ojos. Eso creemos. Y por eso nuestro proyecto pedagógico que va tomando forma cada vez más hoy emprende esta tarea, que levanta banderas tradicionalmente levantadas por todos los docentes que eligen como vocación y convicción trabajar con los chicos de todas las latitudes y con todas sus palabras-mundo, tan variadas como ricas. Infinitas palabras. 

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