La experiencia en el Merendero es una experiencia política. Como tal, se nutre de relaciones tanto locales como por fuera del espacio mismo, de ahí su riqueza (la experiencia); relaciones de poder que quieren construirse, reconstruirse o transformarse (la política). Nosotros viajamos y con nosotros viajan nuestros equipajes, un poco parecidos y un poco distintos. Y a su vez, en Glew, con los chicos y entre nosotros, cargamos otro equipaje: el que nace del encuentro del que ya se ha hablado. Pero no sólo en ese diálogo (encuentro) concreto podemos pensar que nace la actividad así como es: nuestra dinámica es parte de otras dinámicas, de la Historia y las historias (no sé por qué esas Historias no van con mayúscula también). Una de esas dinámicas, al menos para algunos de los militantes que formamos parte de este colectivo, viene de una producción académica. No sé si sea mejor o peor, pero enriquece porque abre puertas, al menos en la forma en que nosotros encaramos esa vida académica. El mundo social es en sí mismo complejo, pero no menos complejas son las teorías sociales sobre ese mundo, que también forman parte de él. De hecho, a veces parece que sólo llegamos a esa realidad a partir de esas construcciones, no sólo teóricas, sino también propias de la imaginación colectiva (o las imaginerías, en plural). Hoy, un poco al menos y sin ánimos de agobiar, quisiéramos compartir unas palabras viejas pero quizá al ser tan clásicas, modernas. Vieron cómo son esas cosas, ¿no? Lo clásico y lo moderno. Es así que el título de esta entrada viene del autor cuyas palabras quiero compartir. Palabras que no se lleva el viento, aparentemente, porque aquí una vez más serán reproducidas, en este medio que para el autor ni siquiera existía y no sé si fuera probable en su horizonte de sentido. Hablo de Max Weber, un sociólogo, economista, qué sé yo, esa manera de ser todo que tenían "los clásicos". Un alemán que nació hace dos siglos y murió el anterior (el año en que nació mi abuela, de hecho) y que dio una conferencia (entre varias) llamada La política como vocación. Sé que parece lejano un alemán de otro siglo. Pero es la fuerza no sólo de la personalidad política sino de sus palabras en mi experiencia, que, en esa interpelación exitosa, adquieren absoluta contemporaneidad. Es el texto que se activa en mi experiencia. Es la política de Weber con nuestra política (y me pregunto si se puede uno bañar en la misma agua del mismo río o si un río puede tener muchas aguas). Como las fotos, que se activan en la mirada, son las palabras que cobran fuerza porque al leerlas pienso en nuestra militancia. Quiero compartir un fragmento de esta conferencia de 1918, pronunciada en Munich. De la Universidad a la Web. Espero sea parte de la democratización no ya de la distribución, sino de la re-apropiación creativa y por lo tanto de la producción del conocimiento. Uno de tantos, al menos.
Hacia el final del texto, cuando uno ya buceó en los avatares de la política y su formación como maquinaria de poder del Estado moderno occidental (y sobre todo el nacimiento del funcionariado moderno), Weber nos revitaliza: no nos habla ya solamente de la política rutinizada, sino de cómo esa naturalización calma debe tener un impulso vital pasional. Pasión y responsabilidad como dos características propias del político (entendido como funcionario, no como cada uno de nosotros, que también somos animales políticos, mucho más que algunos sentados en altos cargos de gobierno), de la fuerza de la personalidad política. Sin embargo, y he aquí mi reapropiación, quisiera ampliar los posibles destinatarios de esas palabras. Pues yo no estoy sentada en ningún puesto y no obstante me sentí conjurada en esas líneas finales (qué manera de terminar una conferencia, quién pudiera). Y ya basta de mi propia verborragia, les comparto un breve fragmento. Espero que puedan dejarse interpelar también. Primero, unas preguntas duras (pero así es el mundo también); luego, un poco de la pasión que ni el propio Weber pudo reprimir, pese a esa sangre germana que le corría por las venas, pese a ese pesimismo ante la situación de su país en 1918, pese a ese 1918 en sí mismo.
¿Cuáles de aquellos para quienes la primavera aparentemente ha florecido con tanta exuberancia estarán vivos cuando se desvanezca lentamente esta noche? ¿Y qué habrá sido de todos ustedes? ¿Estarán amargados o convertidos en autómatas? ¿Aceptarán simple y rutinariamente el mundo y su ocupación? ¿O será su destino la tercera, y en modo alguno la menos frecuente, posibilidad: huida mística de la realidad para los que están dotados para ella o -caso frecuente y también desagradable- para los que se esfuerzan por seguir esa tendencia? En todos esos casos llegaré a la conclusión de que no han estado a la altura de sus propias obras. No han estado a la altura del mundo tal como es en realidad en su rutina cotidiana. En sentido objetivo, y de hecho,no habrán experimentado la vocación por la política en su significado más profundo, aunque creían haberlo hecho. Hubiera sido preferible que se hubiesen limitado a cultivar una simple fraternidad en sus relaciones personales. En cuanto a los demás, deberían entregarse desapasionadamente a sus tareas cotidianas.
La política es una penetración poderosa y lenta de un material duro. Requiere pasión y perspectiva a la vez. Ciertamente toda la experiencia histórica confirma la verdad: que el hombre no hubiese logrado lo posible si no hubiese luchado una y otra vez por lo imposible. Pero para ello el hombre debe ser un dirigente y no sólo un dirigente, sino también un héroe, en un sentido muy equilibrado de la palabra. E incluso aquellos que no son dirigentes ni héroes deben armarse con esa constancia de corazón que puede superar incluso el desmoronamiento de toda esperanza. Ello es necesario precisamente en estos momentos, si no los hombres no lograrán alcanzar lo que es posible hoy. Sólo posee vocación por la política el que abriga la certeza de que no se desmoronará cuando, en su opinión, el mundo resulte demasiado estúpido o demasiado vil para lo que desea ofrecer. Sólo posee vocación por la política el que puede responder a todo esto: ¡A pesar de todo!
VAMOS LO PIBEEE
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