domingo, 20 de octubre de 2013

Encuentros, presencia y ausencia.

Hace mucho que no utilizamos este recurso. En realidad, nuestra presencia virtual se encuentra más en facebook que aquí, vale aclarar. Sin embargo, la naturaleza del blog es distinta y aquí podemos compartir quizás menos imágenes pero más relatos. Después de todo, el Merendero está lleno de relatos porque tiene historia y sobre todo tiene historias. 

Ya hemos contado cómo surge por iniciativa vecinal un merendero en Va. Amancay, Glew. La provincia de Buenos Aires puede dar cuenta de miles de estos espacios surgidos en plena crisis y que, con el correr de los tiempos y los cambios en políticas a nivel macro (tanto local, como nacional o regional), se institucionalizan o desaparecen, en mayor o menor contacto con otras organizaciones o con el mismo Estado. El Merendero es parte de esta macro-historia y, como todos los espacios (siempre construidos por personas y sus prácticas), tiene también cada historia, de todos los que formamos parte de esos lugares. Así podemos hablar de las familias, de sus trayectorias; podemos hablar de los militantes, que por distintos motivos vamos llegando a este sitio y a este proyecto; podemos hablar de los que ya no están o de los que no volvieron nunca; podemos hablar de los cambios en las relaciones con otros actores por fuera del Merendero. Todas trayectorias, al fin de cuentas, muy dispares pero que tienen algo en común: de alguna manera, se llega al Merendero. Es entonces ese encuentro del que proponemos hablar hoy, en este domingo nublado y por llover. 

El Merendero tiene una dinámica de identidad propia. Se distingue en parte de otros espacios del barrio en que está (mismo de las casas de los vecinos) pero jamás puede separarse: está en un lugar, se territorializa en un espacio determinado, atravesado por la historia de los vecinos que como pudieron fueron armando sus casas, a veces más precarias, a veces más armadas, siempre la casa propia. Allí se trabaja. Pero ¿con quiénes? Pues bien, el Merendero fue levantado palmo a palmo por los adultos del barrio y sin embargo la vida que tiene no puede pensarse sin otro actor: los chicos. Y tampoco puede pensarse sin los militantes que lo animan. Porque en sí misma su estructura no habla: nosotros, los que formamos parte y lo defendemos (y lo queremos) somos quienes lo hacemos hablar. El Merendero sin embargo dice algo en su impacto visual: hecho de madera, chapa y material, es la expresión de cómo se fueron armando las construcciones en estos barrios de las afueras de los centros conurbanos. Pero a su vez, tiene fotos, colores, flores de papel, pintadas con témpera, cronogramas alegres, reuniones anunciadas, talleres, un cartel de los derechos humanos...ahí, en esas huellas se expresan otras construcciones: no sólo la de los barrios de la provincia, sino también la militancia política de grupos pequeños, aún en plena armazón, con ideas y convicciones y con trazos infantiles, principales actores que hacen a la estética propia del Merendero. Ese encuentro entre militantes y niños y vecinos de a poco fue cobrando una manera de ser. Los militantes, capitalinos, llegan cada sábado y proponen actividades pensadas para chicos. La respuesta de los chicos es más que una respuesta: son agentes activos en el Merendero, con preguntas e ideas, con sus propias vivencias. Los adultos no aparecen, salvo contados casos. Y esa dinámica de trabajo entonces nos lleva a preguntarnos por su génesis y sobre todo por lo que vendrá: qué queremos hacer de ese encuentro. Por supuesto que los lugares se construyen estando en ellos, pero no podemos dejar de pensar que toda presencia demarca una ausencia. El merendero se construye hoy por hoy por los militantes y los niños, y es por lo tanto menester que se empiece a pensar la niñez de una manera integral (que incluye por supuesto a otros actores, que aquí llamamos "adultos"). La óptica de crecimiento, luego de seis años de trabajo ininterrumpido, es que son los chicos los que en verdad aprendieron a querer el lugar por lo que en ese lugar se puede ser/hacer. Es un espacio que propone un diálogo (de ahí la idea de encuentro), pero un diálogo que sea desde el afecto y la construcción de equipos. Porque eso es lo que somos, después de todo. Un equipo en constante autoanálisis. Son los chicos los que vuelven en busca de esa palabra no-violenta que se lucha por instaurar como cotidianeidad, con todo lo que eso implica. Lamentablemente, muchos vecinos del barrio no brindan su apoyo. Sin embargo, esa ausencia tiene que ayudarnos a pensar el  lugar de los niños en el barrio (y el nuestro propio, obviamente). ¿Qué es ser niño en Va. Amancay? ¿Siempre fue así? ¿Lo es en otros sitios? ¿Qué es la niñez? ¿La nuestra fue así? Todas estas preguntas, a las que se llega después de años de trabajo y muchas charlas y lecturas, son las que se quieren proponer hoy como puntapié no sólo para revitalizar un blog sino como bandera que nos guíe o como una suerte de faro. Aquí la hipótesis: el no-lugar o la invisibilidad de los niños en muchos aspectos en el barrio son las causales de las ausencias en el Merendero.

Son épocas de pensar, se nos viene el verano, siempre prometedor y también problemático (todos queremos descansar). Son épocas en que los encuentros existen y ya son obvios pero que necesitan pensarse en su continuidad: ¿qué pasa después del encuentro? ¿Cómo se sigue, si después del encuentro ya no somos los mismos? 

Esperamos no haber abrumado, pero fue necesario sentarse a escribir un poco, después de todo, escribir es una manera de habitar, incluso en esto que algunos llaman no-lugar para ponerle un mote a la web, y que desde aquí encontramos también como un espacio (virtual, pero espacio al fin) del encuentro. Esperemos que esa virtualidad nos ayude para pensar y seguir construyendo otro espacio como es el Merendero y que éste no se convierta en un no-lugar, sino, todo lo contrario, que sea muchos lugares: el lugar del encuentro. 

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