Hay dos niños. Y en ambos casos una intervención del Estado sobre sus cuerpos. En el primero, entronizando esa figura pequeña pero poderosa, que atraviesa toda adversidad y por su temple y su insistencia consigue lo que quiere. En clima mundialista, hasta se lee en esa clave.



Pero hay otro niño, que tampoco estaba acompañado por adultos (había salido de su hogar a hurtadillas para ver correr autos). Había otro niño que estaba con un adolescente en ese tiempo tan ajeno siempre a la niñez que es la noche y en la calle, en una plaza, en un espacio público. Axel era el héroe, Facundo fue el villano.
El Estado aquí intervino directamente sobre el cuerpo de Facundo, quitándole la vida, y reconociendo luego la labor policial. El héroe en estos casos es el policía adulto, esa cara del estado que atraviesa a mansalva a los chicos que son como todos aquellos que sábado a sábado pisan y habitan nuestro merendero. El Estado intervino dos veces en esta gestión de muerte, inventándole vidas a Facundo, borrando su historia, impidiendo su presencia. Aquí no hubo héroe.
Estos dos niños evocan en el medio a un personaje infantil de la TV estatal que aún sobrevive en los canales de aire vaciados por el actual gobierno.
Zamba, el niño de Formosa que se mete de lleno en un relato de la historia nacional con su guardapolvo blanco, queda a medio camino. Hoy golpeado por la gestión actual, demerecido en su trama pero también en su referencia: es un destrato a esos chicos argentinos que se identifican atravesando la pantalla con él. Atacar la TV Pública, la educación y la salud así como demonizar a los estudiantes movilizados políticamente es parte de una estrategia que nos permite enteder el heroismo de Axel y la criminalidad de Facundo; la foto de Axel en el portal del Ministerio y el rastro de sangre del cuerpo sin vida de Facundo en el asfalto, reportada por medios masivos de comunicación.
El niño héroe, el niño descartable. Y en el medio, el vaciamiento estatal que vuelve posible y cotidiano que un niño tenga una vida precarizada y tenga que pasar penurias para llegar a la escuela que le queda lejos; y que también vuelve posible y aceptado que un niño de 11 años pueda ser baleado por la espalda por las fuerzas de seguridad. Cuando cae el mundo adulto-institucional, emergen estas apariciones. Y, como contra cara, el merendero como espacio que trabaja pensando las niñeces y trabaja con niños y niñas, también.
Ante las formas de la política represiva y vaciadora, las formas de la merienda compartida, la lectura practicada, los juegos sentidos y los hábitos repensados. Acá tampoco hay héroes. Hay niños y niñas comiendo, tomando la leche, jugando, en un espacio de amor y compromiso. No hay héroes pero tampoco villanos. Hay niños y niñas.